martes, 15 de marzo de 2022

LA HUELGA Y LA CONCIENCIA

 


Vista de la “fuerza de trabajo” de una fábrica textil de Sabadell, fotografía tomada en los años 50. Ya el encuadre es ideológico en sí mismo. Se ve a las trabajadoras desde arriba, como un grupo encuadrado rígidamente y “abstracto”, en el que no tienen cabida las diferencias interpersonales.

 

Está en la nube el número 25 de la revista digital Pasos a la izquierda. El dosier central está dedicado a la huelga, y reúne un abanico de intervenciones de un gran interés, sobre todo para quien busque analizar los fenómenos relacionados con el movimiento obrero desde una visión problemática, y no simplemente desde el eslogan y la consigna.

En particular, mi participación en esa colección de escritos ha sido la traducción de dos capítulos del libro de Richard Hyman, Strikes. A solicitud de Pere Jódar, editor de Pasos, el profesor Hyman autorizó con entusiasmo esta publicación, inédita hasta ahora en nuestra lengua. La reflexión del autor se centra en la situación de las trade unions británicas, que no han tenido ni el mismo origen, ni menos aún el mismo desarrollo histórico que el sindicalismo español, pero en muchos aspectos proporcionan un buen punto de comparación y de referencia.

Así ocurre, a mi entender, con un pasaje del parágrafo «La política contradictoria del sindicalismo». Sostiene Hyman, a partir de una cita de F. Parkin en “Class Inequality and Political Order”, 1971, que la conciencia sindical implica lo que podríamos llamar una “versión negociada” del sistema de valores dominante, que en gran parte es aceptado. El sindicalista considera “normal”, en principio, la subordinación del trabajo respecto del capital, y el monopolio de la organización de los trabajos por parte de las instancias de la alta dirección y la gerencia empresarial.

Ocurre entonces que en un conflicto abierto, duro, con el orden establecido, es muy probable que esa inclusión de una ideología ajena acabe por tener efectos inhibidores y desmoralizadores en la acción de unos trabajadores que no desean cambiar de patrono, sino seguir en la misma empresa y en sus mismos puestos de trabajo, en mejores condiciones.

El problema de fondo estaría entonces en que lo que llamamos de una forma aproximativa “conciencia de clase” suele limitarse al sentimiento de pertenencia a una clase de personas subordinadas, accesorias, colaboradoras pero no fundamentales en los procesos productivos. Se trata de una falsa conciencia, porque coloca a las clases trabajadoras en un rincón de la estructura social, y no en el centro mismo, como clases dirigentes (co-dirigentes, sería más exacto) del devenir social y político.

Conviene leer con atención el texto de Hyman hasta el final, porque describe el tremendo destrozo que causó el thatcherismo en la conciencia de sí mismos de los trabajadores británicos, y propone algunas iniciativas con mucho sentido para el “después” de aquella gran crisis.

Entre otras conclusiones más o menos necesarias, la exposición de Hyman nos permite advertir que el gran colectivo de los/las trabajadores/as es también un sujeto de la Historia por derecho propio, no un simple objeto de la misma. Los trabajadores son corresponsables de su propia historia. Ignorarlo supone un límite analítico muy común en el seno de la izquierda política, una especie de “punto ciego” del que ya nos había advertido Vittorio Foa en su libro “El caballo y la torre”.

Foa estaba hablando también de lo ocurrido en las sociedades avanzadas en los años ochenta, una década de novedades tremendas, tan prodigiosas como peligrosas. Y señaló con justeza que la izquierda «no se ha visto a sí misma como coautora de ese desarrollo y por tanto de sus males. La sociedad de consumo, en sus aspectos positivos como en los perversos, no nos ha sido impuesta por el capitalismo, es también obra nuestra, la ha querido la clase obrera. Y por tanto es posible confrontarse con ella, no es una fatalidad ineluctable. Puede parecer extraño, pero si se echa toda la responsabilidad de un mal presente sobre el adversario, se ha renunciado ya al propósito de combatirlo.» (p. 316, traducción mía).