Visitantes en el salón de aparato del palacio de
Avellaneda, Peñaranda de Duero (Burgos), en 1942.
El Partido Popular, a la espera de un Congreso
extraordinario con candidato único a la presidencia y con todo el pescado
vendido, practica el olimpismo para desentenderse de ese pacto del que usted me
habla con Vox, en Castilla y León. Es algo no se ajusta a los ideales
colectivos del partido, un evento raro y sin consecuencias del que solo cabe
tomar nota, según ha venido a decir Feijoo sin decirlo. La última generación de
políticos, nacida y formada según los nuevos cánones mediáticos, está convencida
de que, si distrae su atención a un tema, el tema deja de existir de forma automática.
Ayuso ha practicado ese mismo ejercicio mental
sin parar, desde que marginó a las residencias geriátricas en las tinieblas
exteriores de la sanidad público-privada; y a cada nueva moción o pregunta sobre
el tema, responde con el mismo gesto cansado: “¿Otra vez? Yo paso.” O, con mayor énfasis: “¡¡¡Otra vez!!! ¡Yo paso!”
Feijoo tiene sus mismos modales evasivos, nada
de extrañar si se tiene en cuenta la escuela de la que proceden ambos. Así
pues, el pacto castellanoleonés es tan solo un incidente sin importancia en la
carrera furiosa hacia la gloria de este político gallego de corte wittgensteano
(“De lo indecible, nada puedo decir”) y de praxis ampliamente neoliberal, lo
que en castellano viejo (de Castilla la Vieja, of course) significa enteramente irresponsable: “Hago sin hacer en
mí”, habría dicho la santa de Ávila, con cierto asombro tal vez por el sentido
oculto que han sabido encontrar los modernos a sus quintaesenciadas palabras.