Artículo
de Teresa Pàmies en “Treball”, año 1989. En la fotografía, aparece junto a Rosa
Barbra, Carmen Abadía y Carmen Martorell, de izquierda a derecha, en el estand del
Eixample de la Festa de Treball.
Hoy hace diez años que falleció Teresa Pàmies. Carmen y yo
pudimos conocerla algo de cerca (de lejos, la conocíamos desde siempre; como el
mito que nunca le gustó ser) porque compartíamos barrio en los trabajos de la Festa
de Treball, en unos años en los que la Festa era un acontecimiento
ciudadano, y la militancia de cualquier escalón jerárquico nos volcábamos para hacerla
brillar al máximo. Teresa estaba muy dispuesta siempre a arrimar el hombro
cuando se trataba de enllestir feina; muy poco dispuesta, en cambio, a
colocarse para entrevistas, homenajes y zarandajas por el estilo. Todo aquello,
decía, le quitaba un tiempo precioso para su trabajo principal, que estaba en
la escritura de sus libros y artículos, y en la preparación de sus programas de
radio sobre el tema monográfico de los boleros.
Se hizo muy amiga de Carmen, en aquellas sesiones de Festa.
De mí, bastante menos. Yo me avenía más con su compañero Gregorio López
Raimundo; sin duda los dos teníamos un tarannà más contemplativo, una
visión más distanciada de las tareas, y a ella aquello la impacientaba. Cada
cosa había de tener su momento: uno era el de las tareas del intelecto, y otro
distinto el de la preparación de menuses mixtos esloveno-catalanes: botifarras,
brochetas de pollo, mongetes, pimientos verdes, que preparaban los
cocineros eslovenos; ensaladas de lechuga, preparadas por la militancia local,
y salsas varias que llegaban embotelladas desde los Balcanes. A Gregorio y a mí
nos gustaba más sentarnos al sol con la Vanguardia del día desplegada por las
páginas de opinión, que trajinar en la cocina o ayudar a poner las mesas. Debilidad
nuestra, sin duda. Los hombres siempre serán hombres, encogían los hombros
Teresa y Carmen.
Años después, Carmen y yo encontrábamos a Teresa y Gregorio
sentados en un banco de la calle de Aragón, delante de su casa, cuando
volvíamos juntos caminando del trabajo en Editorial Salvat. Teresa se acompañaba
siempre con un cuaderno de anotaciones abierto, que hojeaba y subrayaba; alguna
vez nos despedía con un gesto rápido y distraído, porque andaba enfrascada en
plena elaboración de alguna idea.
Fue una mujer tan importante, que podía permitirse el lujo
de engegar a dida su propio complejo de importancia. No voy a poner aquí
los títulos principales de una obra personal, política, histórica y
sentimental, escrita en una prosa nerviosa que se caracteriza por la voluntad
de ir al grano en todo momento, sin perderse en vericuetos y menos aún en
adornos superfluos. Sobre los boleros su conocimiento era de una extensión
enciclopédica, y conseguía extraer de ellos, letra y música, todo el contenido
humano que atesoraban.
Diez años, desde el 13 de marzo de 2012. Se fue y consiguió
quedarse también a nuestro lado. Hasta luego, Teresa.