domingo, 13 de marzo de 2022

HASTA LUEGO, TERESA

 


Artículo de Teresa Pàmies en “Treball”, año 1989. En la fotografía, aparece junto a Rosa Barbra, Carmen Abadía y Carmen Martorell, de izquierda a derecha, en el estand del Eixample de la Festa de Treball.

 

Hoy hace diez años que falleció Teresa Pàmies. Carmen y yo pudimos conocerla algo de cerca (de lejos, la conocíamos desde siempre; como el mito que nunca le gustó ser) porque compartíamos barrio en los trabajos de la Festa de Treball, en unos años en los que la Festa era un acontecimiento ciudadano, y la militancia de cualquier escalón jerárquico nos volcábamos para hacerla brillar al máximo. Teresa estaba muy dispuesta siempre a arrimar el hombro cuando se trataba de enllestir feina; muy poco dispuesta, en cambio, a colocarse para entrevistas, homenajes y zarandajas por el estilo. Todo aquello, decía, le quitaba un tiempo precioso para su trabajo principal, que estaba en la escritura de sus libros y artículos, y en la preparación de sus programas de radio sobre el tema monográfico de los boleros.

Se hizo muy amiga de Carmen, en aquellas sesiones de Festa. De mí, bastante menos. Yo me avenía más con su compañero Gregorio López Raimundo; sin duda los dos teníamos un tarannà más contemplativo, una visión más distanciada de las tareas, y a ella aquello la impacientaba. Cada cosa había de tener su momento: uno era el de las tareas del intelecto, y otro distinto el de la preparación de menuses mixtos esloveno-catalanes: botifarras, brochetas de pollo, mongetes, pimientos verdes, que preparaban los cocineros eslovenos; ensaladas de lechuga, preparadas por la militancia local, y salsas varias que llegaban embotelladas desde los Balcanes. A Gregorio y a mí nos gustaba más sentarnos al sol con la Vanguardia del día desplegada por las páginas de opinión, que trajinar en la cocina o ayudar a poner las mesas. Debilidad nuestra, sin duda. Los hombres siempre serán hombres, encogían los hombros Teresa y Carmen.

Años después, Carmen y yo encontrábamos a Teresa y Gregorio sentados en un banco de la calle de Aragón, delante de su casa, cuando volvíamos juntos caminando del trabajo en Editorial Salvat. Teresa se acompañaba siempre con un cuaderno de anotaciones abierto, que hojeaba y subrayaba; alguna vez nos despedía con un gesto rápido y distraído, porque andaba enfrascada en plena elaboración de alguna idea.

Fue una mujer tan importante, que podía permitirse el lujo de engegar a dida su propio complejo de importancia. No voy a poner aquí los títulos principales de una obra personal, política, histórica y sentimental, escrita en una prosa nerviosa que se caracteriza por la voluntad de ir al grano en todo momento, sin perderse en vericuetos y menos aún en adornos superfluos. Sobre los boleros su conocimiento era de una extensión enciclopédica, y conseguía extraer de ellos, letra y música, todo el contenido humano que atesoraban.

Diez años, desde el 13 de marzo de 2012. Se fue y consiguió quedarse también a nuestro lado. Hasta luego, Teresa.