La torre de la televisión de Kíev, alcanzada por las
bombas.
Estoy bastante cansado de escribir sobre este
tema. Cansado, de hecho, de escribir sobre cualquier tema. Pero el caso es que
sigue la guerra en Ucrania. Amigos comentan que nunca se detuvo a un autócrata
solo con medidas económicas, pero no indican qué otras medidas proponen para el
caso. Implícito en este conflicto está el riesgo de una escalada catastrófica.
Querer la paz es también impedir que la guerra se extienda. Y no tenemos a
nuestra disposición una gran panoplia de medidas. El “No a la OTAN”, con ser
una medida teóricamente juiciosa, lamentablemente no sirve de nada en el
contexto. Algunos alegan que el Pacto de Varsovia sí se disolvió. ¿Lo creen de
verdad? ¿Dónde quedan entonces los conflictos de Chechenia, Nagorno Karabaj, Azerbaiyán y otros
países caucásicos, el Asia central? ¿En qué contexto geopolítico se sitúa esto de Ucrania?
Sigue habiendo un reparto del mundo globalizado
en zonas de influencia: “No te metas en mi patio trasero, o me meteré yo en
el tuyo.” Eso explica Palestina, o Venezuela, pero también la resurrección de la
URSS por otras vías.
Son monstruos que emergen en la penumbra de un
mundo que expira y otro que pugna por nacer. Lo cual explica la necesidad urgente de una
Federación política europea, con una acción exterior propia, diseñada
democráticamente desde abajo. Porfiamos en ese intento, mientras los indignados
de turno gesticulan y nos gritan (una vez más) por qué no hacemos nada.
Mientras tanto, sigue siendo cierto que ningún
hombre es una isla, como explicó John Donne, que nos regaló además el consejo
de no mandar a preguntar por quién doblan las campanas: están doblando por
todos nosotros.
Flores.