miércoles, 30 de marzo de 2022

LOS VIEJOS TIEMPOS


 

Pulpos puestos a secar junto a la playa de Avra, en Egina, Grecia.

 

“Les morts sont tous des braves types”

G. Brassens, “Le temps passé”

El culto a los viejos tiempos no sirve para nada. Para casi nada, rectifico para no parecer demasiado radical en mis apreciaciones.

Tengo sobre la mesa un papelito con una cita de una lectura reciente. Dice así: «Los viejos tiempos, como decía mi padre, si no te andas con cuidado, acabarán destripándote igual que un pescado». La frase aparece en una novela estimable de Amor Towles, “Normas de cortesía”, que cuenta la historia de una mujer que lucha por abrirse paso en la ciudad de Nueva York, en la industria editorial y en el seno de una clase que no es la suya. Para ese triple desafío debe pertrecharse con mucho realismo y mucho sentido común, y olvidarse de endechas al estilo de don Jorge Manrique.

A propósito, de las Coplas a la muerte de su padre, todos recuerdan ese verso más el pie quebrado de rigor: «Cualquiera tiempo pasado / fue mejor». Pero suele olvidarse la objeción colocada inmediatamente antes por el poeta: “a nuestro parescer”. Manrique psicologizaba, no dictaba sentencia sobre cuáles tiempos habían sido mejores o peores.

Y esa sensación psicológica de pérdida inconcreta, utilizada por nuestra memoria como apoyo precario al presente incierto, y no como historia rigurosa, es precisamente, añado yo ahora apoyado en la autoridad del señor Towles, la razón de que nuestros recuerdos de los viejos tiempos aparezcan limpios de tripas, espinas y sangre, como un pescado aliñado y listo para el consumo.

El tiempo nos da mil ocasiones para evocar las ilusiones y las oportunidades perdidas, pero no nos devuelve nunca los entresijos, todo aquello que hizo tan distinto el presente lejano de su recuerdo actual como pasado. Visionamos la historia como una sucesión de monumentos, de efemérides y de grandes personajes pronunciando palabras profundas y eternas. Son muy pocas las ocasiones en las que las caretas caen y los eméritos se ven acosados por sus propias responsabilidades mal ejercidas.