Diada de la dona treballadora. La imagen corresponde al 8-M
de 2021, en Barcelona. Mi bufanda es la de las grandes ocasiones.
Tomo el titular de un artículo de Mónica
Planas, hoy en el Mundo Deportivo. Se
refiere a la preocupación de los medios por el deporte femenino, la cual se
reduce en la fecha del 8-M a un “tradicional paripé”, con sombrerazo incluido (“España
y yo somos así, señora”) que se da cuando toca, para ir después rápidamente a lo
que importa, o sea el deporte masculino y sus intríngulis.
En general, y no solo en el deporte, el 8-M
resulta más declamatorio que otra cosa, tanto desde el punto de vista de los
medios como, seguramente, de la psicología colectiva. Lo iba pensando ayer
mientras acompañábamos la mani, una mani repleta de gente muy joven, que
gritaba con mucho convencimiento eslóganes muy afilados. Carmen estaba allí
como nacida, y en cambio yo, decorado con una bufanda morada, parecía
necesitado de esa minúscula prenda como coartada de mi presencia en un espacio
en el que los machos no estábamos bien vistos en general (es decir, en tanto
que género).
Pero el manifiesto elaborado por la Asamblea
8-M, la convocante del evento, que fue leído ante el Arco de Triunfo (tal vez
no era el lugar más idóneo, dadas las inevitables asociaciones de ideas), rayó en
la grandilocuencia, al llamar a «derribar el sistema capitalista,
heteropatriarcal y colonial». Ni una palabra sobre realidades más cercanas y
evidentes: la igualdad en el trabajo, la lucha contra el acoso, la violencia de
género patente o enmascarada, esos problemas del aquí y el ahora en los que se
revela una sociedad injusta a pesar de la teórica libertad e igualdad de oportunidades.
Y después de la grandilocuencia, la vaciedad, cuando
el manifiesto reclama «vidas dignas y en libertad para las mujeres, lesbianas,
transgénero, transexuales y no binarias». Son categorías no bien trazadas, un
zurcido de retales, más pendiente del “no te olvides de lo mío” que de una
formulación rigurosa. Señalo como muestra esa coma que hace un distingo extraño
entre dos clases de personas: “mujeres [coma] lesbianas”. Aquí lo que distingue
ya no es el género sino la preferencia sexual, y eso es síntoma de una división
improcedente en donde correspondería un impulso unitario.
Peor es, sin embargo, arrumbar el género al
cuarto de los trastos, como ha hecho Isabel Díaz Ayuso, que vivió su 8-M
particular participando en un acto en París, sin declaración ni institucional ni
personal de ninguna clase, y con el comentario siguiente (recogido en el Huffington Post): «… eso es lo que yo
creo que representa a las mujeres. Ver que la normalidad y el trabajo y la
lucha por las personas a las que nos debemos sigue con normalidad.»
Ayuso habla de “trabajo” pero no del trabajo en
general, sino de su agenda particular. Y habla de “normalidad” como de lo que
hay: privilegios “normales” para las/los privilegiadas/os, y ajo y agua “normales”
también para el resto, sea del género que sea. En el calendario de IDA, como en
el de tantas personas apegadas a un sistema capitalista, heteropatriarcal y
colonial, el 8-M no es una convocatoria a cambiar nada. Es un simple borrón,
una fecha olvidable.
Montserrat GUDIOL, “Sin título”