Mis padres durante su viaje de novios, en
1942. Con ellos está mi tía Carmina (a la derecha), durante la visita que hicieron ellos a
Carrizo, por más que en los negativos del carrete el nombre que consta es
Turcia. En uno u otro caso se trata de poblaciones de la Ribera del Órbigo, León.
Me cuesta
hablar de mi padre, no tengo la distancia suficiente, no la he tenido nunca y
ya, para lo que me queda, imagino que nunca la tendré. Fui un niño normal, y al
decirlo recuerdo la escena de “Primera plana”, de Billy Wilder, en la que el
psicoanalista interroga al condenado a muerte. “¿Fuiste un niño normal? – pregunta
el doctor –. ¿Quieres decir que deseabas matar a tu padre y acostarte con tu
madre?” Y el reo se vuelve, escandalizado, al sheriff: “Este hombre está
loco”.
Elijo entonces
entre mis recuerdos la noche de la transgresión. Yo tendría entonces quizás cinco o seis años, y el dormitorio de mis padres era territorio absolutamente
prohibido para los niños, solo se podía entrar en él con permiso explícito. Mis
dos hermanas dormían juntas en una habitación, en un extremo de la casa, Juan el pequeñín (el Nene Guapo, lo llamaba mi madre) tenía su cuna en el sancta sanctórum, y yo
ocupaba un sofá-cama en la salita de recibir, frente a la puerta de entrada del
piso y la instalación de los contadores.
Mi soledad nocturna
era dura, y me hacía pasar algunas angustias; pero era el varón primogénito de mi
estirpe, y estaba obligado a ser
fuerte.
Después de algunas
vueltas de un lado y de otro, buscando esa postura huidiza que atrae al sueño, siempre
acababa por dormirme.
Una mañana
amanecí en un entorno extraño. Palpé la cama, y no era la mía. Escudriñé la
oscuridad, y no reconocí las sombras. Busqué el interruptor de la luz y no
estaba en el lugar de costumbre.
Una rendija de
luz de la puerta entreabierta me reveló poco a poco que me encontraba en el
mismísimo Lugar prohibido, en un rincón de la cama grande de mis padres. Juanito dormía en su cuna. Yo ignoraba cómo había llegado hasta allí, a menos que fuera en sueños, caminando sonámbulo a
todo lo largo del pasillo, atraído a la Maldición por un deseo inexpresado o
por un miedo sobrenatural.
Mis padres
se habían levantado ya, les oí moverse por la casa, mi padre afeitándose en el
baño, mi madre trajinando en la cocina. Me levanté yo también y fui a buscar a mi
madre para averiguar si ella sabía algo del misterio.
Lo sabía. La
noche anterior detectaron olor a gas, cerraron la llave de paso por si había un
escape, y decidieron abrir un par de ventanas y llevarme lejos de la hipotética
emanación. Por eso estaba donde estaba al despertarme.
Una anécdota
banal, pero explica un poco lo que significa ser padres, y ser hijos. Me
parece.