viernes, 4 de marzo de 2022

LA HISTORIA EN CLAVE DE FARSA

 


Playa del Tarajal, Ceuta, mayo de 2021

La Historia Universal como asignatura de un ciclo pedagógico cualquiera quedó vista para sentencia después de la quiebra más bien repentina de la segunda parte contratante del invento, es decir el imperio soviético. “Imperio soviético”, dicho sea de pasada, es una contradicción interna, un oxímoron. De hecho, funcionó durante sus setenta años de existencia desde una doble clave: movimientos de liberación por un lado, obediencia y sojuzgamiento por otro.

Francis Fukuyama anunció en su momento el fin de la Historia: la liberación había llegado a todas partes, en forma de un capitalismo redentor; la escasez, el hambre, la miseria, eran cosa del pasado para unas generaciones nacidas bajo el icono protector de la botella sinuosa de la cocacola.

Pero la Historia resurgió de sus cenizas. Nunca llegó la Era de la Abundancia que se auguraba, la liberación quedó en esas buenas intenciones de las que están empedrados los infiernos, el sojuzgamiento se sofisticó y se profundizó con el advenimiento del nuevo reino de la Precariedad, y las crisis de todo tipo se agudizaron y se agravaron al hacerse globales.

En ese contexto viciado, Vladimir Putin ha asumido la forma de un nuevo Macho Alfa, tanto para los opositores al establishment militar-industrial gestionado (mal) por el ya único imperio reconocido y sus adláteres, como para los nostálgicos, no de una liberación real de los pueblos, sino de un imperio gemelo y contrapuesto. Muchos siguen pensando en Rusia como proyecto de liberación social, cuando el comunismo ha desaparecido de sus leyes constitucionales. Y del otro lado, el de los populismos nacionalistas más trasnochados, en los sueños húmedos de Víctor Tarradellas los rusos iban a venir con diez mil de a caballo para liberar Catalunya de las garras del artículo 155; Salvini, Le Pen, Abascal, Orbán, se hicieron selfies al lado del Gran Líder. Donald Trump y Carles Puigdemont no llegaron a tanto por miedo al qué dirán.

Todo ello, sumado a la oposición inacabable de unas élites financieras cortoplacistas a la construcción de estructuras jurídicas e institucionales sólidas, capaces de encauzar en una dirección democrática universal las ansias de libertad, autonomía y bienestar de una gran parte de la humanidad, ha sido la “farsa”, en su acepción gastronómica, que ha venido a rellenar el disparate que estamos viviendo en estas jornadas de pesadilla.

Putin se lo ha creído. Él, como dice Ayuso de sí misma en su nivel de campanario, gana elecciones, cuenta con admiraciones foráneas, se tiene por paladín de una causa antes que por gobernador de una extensión casi inabarcable de tierra habitada por “almas muertas” como las de las aldeas que describió Gogol. La resistencia empecinada de esa gentecilla ucrania le exaspera. Acaba de bombardear el entorno de su segunda central nuclear. El presidente francés Macron augura que lo peor está aún por venir.

Urge parar la guerra. Todas las guerras, pero esa en particular. Putin no debe ganar la baza. Las armas que se envían a la resistencia ucrania tienen ese sentido. Todos los temas accesorios no deben oscurecer el principal.

 


Amy Katherine Browning, “A la sombra del limero” (1913)