7.3.1970, momento histórico. Carmen echa una firma con sonrisa
despreocupada, desoyendo la prudente propuesta de Georges Brassens: «Ne gravons
pas nos noms au bas d’un parchemin».
El
tiempo que va pasando
Como
la vida no vuelve más…
(Jorge
Cafrune, ‘Zamba de mi esperanza’)
Los aniversarios nos traen la dimensión
pavorosa del tiempo que se va. Hoy hace cincuenta y dos años ─exactos,
puntuales─ de la boda de Carmen conmigo. Era opinión común en las dos familias
que “aquello” no duraría, éramos demasiado diferentes.
Seguimos siéndolo, lo asumo. Formamos una
coalición un poco disparatada, pero afortunadamente complementaria. Pelearnos de vez en
cuando y mandarnos mutuamente a la mierda tiene, a fin de cuentas, un efecto colateral
terapéutico. El “yo” no es tan importante, visto desde el “nosotros”. Y los dos
hemos tenido el pundonor y la autoestima necesarios para llevar adelante a toda costa un
proyecto a largo plazo y con perspectiva alta: familia, amigos, ideales, trasfondo
social.
Así estamos hoy mismo, y avisamos de que esto
no se ha acabado, va a seguir lo más que se pueda. Nuestra gratitud inmensa a
la familia (muy extensa), a los amigos (muy numerosos), e incluso a quienes
opinaban que no íbamos a durar, y que seguramente ya van dando la batalla por
perdida.
1.11.2020, delante del Erecteion: «Qu’en éternelle fiancée,
à la dame de mes pensées, toujours je pense.»