jueves, 3 de marzo de 2022

EL INSULTO COMO SUPERLATIVO

 


Carmen en la concentración de ayer contra la guerra.

 

La vejez, las limitaciones de la pandemia  y las crisis globales superpuestas me dejan muchos ratos libres, y así he vuelto al Quijote en busca de una cita que se me escapaba. La buscaba por Sierra Morena, y no estaba del todo equivocado, pero la localicé lejos, en el capítulo XIII de la Segunda Parte.

Allí se encuentran el Caballero de la Mancha y el del Bosque, y mientras ambos declaman en estilo elevado sus desdichas amorosas, sus escuderos se retiran para charlar “escuderilmente” de su oficio y sus expectativas de ganancia. Va el escudero del Bosque enmascarado para que Sancho no se dé cuenta de que es su compadre Tomé Cecial. Y Sancho le abre su corazón, y le cuenta que cría para condesa a su Sanchica, de quince años, “tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril, y tiene la fuerza de un ganapán”. A lo que se exclama el otro: «¡Oh, hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!»

Sancho responde, “mohíno”, que ni ella es puta, ni lo es su madre, ni lo serán ninguna de las dos mientras él viviere, y Tomé precisa: «¡Oh!, qué mal se le entiende a usted de achaque de alabanza, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha suele decir el vulgo: ¡oh, hideputa puto, y qué bien lo ha hecho!, y aquello que parece vituperio en aquel término es alabanza notable?»

Parece que Tomé Cecial hubiera estado escuchando la conversación del caballero y el escudero en Sierra Morena (Primera Parte, cap. XXV), cuando Sancho se entera de que la Dulcinea adorada por Don Quijote no es otra que Aldonza Lorenzo del Toboso, a la que conoce bien y a la que alaba casi con las mismas palabras: «¡Oh hideputa, qué rejo que tiene y qué voz!»

De hecho, Sancho vuelve a utilizar el mismo tropo cuando su compadre Tomé le da a catar el vino que lleva en la bota que cuelga del arzón de la silla. “Empinándola, puesto a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora”, y adivinó de inmediato  su procedencia de Ciudad Real: «¡Oh, hideputa bellaco, y cómo es católico!»

Lo último, y esta es apostilla mía, va en el sentido contrario al habitual, porque suele calificarse de “católico” al vino que ha sido bautizado, y no es alabanza sino vituperio.

 


Carmen y Araceli en el mismo lugar.