Carmen en la concentración de ayer contra la guerra.
La vejez, las limitaciones de la pandemia y las crisis globales superpuestas me dejan
muchos ratos libres, y así he vuelto al Quijote en busca de una cita que se me
escapaba. La buscaba por Sierra Morena, y no estaba del todo equivocado, pero
la localicé lejos, en el capítulo XIII de la Segunda Parte.
Allí se encuentran el Caballero de la Mancha y
el del Bosque, y mientras ambos declaman en estilo elevado sus desdichas
amorosas, sus escuderos se retiran para charlar “escuderilmente” de su oficio y
sus expectativas de ganancia. Va el escudero del Bosque enmascarado para que
Sancho no se dé cuenta de que es su compadre Tomé Cecial. Y Sancho le abre su
corazón, y le cuenta que cría para condesa a su Sanchica, de quince años, “tan
grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril, y tiene la fuerza
de un ganapán”. A lo que se exclama el otro: «¡Oh, hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!»
Sancho responde, “mohíno”, que ni ella es puta,
ni lo es su madre, ni lo serán ninguna de las dos mientras él viviere, y Tomé
precisa: «¡Oh!, qué mal se le entiende a
usted de achaque de alabanza, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún
caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona
hace alguna cosa bien hecha suele decir el vulgo: ¡oh, hideputa puto, y qué
bien lo ha hecho!, y aquello que parece vituperio en aquel término es alabanza
notable?»
Parece que Tomé Cecial hubiera estado
escuchando la conversación del caballero y el escudero en Sierra Morena
(Primera Parte, cap. XXV), cuando Sancho se entera de que la Dulcinea adorada
por Don Quijote no es otra que Aldonza Lorenzo del Toboso, a la que conoce bien
y a la que alaba casi con las mismas palabras: «¡Oh hideputa, qué rejo que tiene y qué voz!»
De hecho, Sancho vuelve a utilizar el mismo
tropo cuando su compadre Tomé le da a catar el vino que lleva en la bota que cuelga
del arzón de la silla. “Empinándola, puesto a la boca, estuvo mirando las
estrellas un cuarto de hora”, y adivinó de inmediato su procedencia de Ciudad Real: «¡Oh, hideputa bellaco, y cómo es católico!»
Lo último, y esta es apostilla mía, va en el
sentido contrario al habitual, porque suele calificarse de “católico” al vino
que ha sido bautizado, y no es alabanza sino vituperio.
Carmen y Araceli en el mismo lugar.