jueves, 24 de marzo de 2022

LA TERCERA OLA

 


Los sindicatos de trabajadoras y trabajadores están siendo una de las mayores fuerzas de estabilidad y de cohesión, en una situación crítica para el país. Hoy la puerta de la sede de CCOO en Barcelona ha sido, de nuevo, atacada y ensuciada por un piquete de huelguistas. Es un hecho que define la huelga misma y sus razones.

 

Esta es una propuesta de explicación, apenas un par de pinceladas y no un análisis acabado. Si resulta o no acertado en sus líneas generales, toca a mis lectores decidirlo, más que a mí mismo.

Desde que Mariano Rajoy perdió el gobierno por una moción de censura votada en una tarde parlamentaria aciaga, de la que él prefirió ausentarse en beneficio de una larguísima sobremesa alcohólica en un restaurante de la plaza Independencia, las derechas patrias han intentado recuperar su puesto en el puente de mando del ejecutivo por medio de tres grandes operaciones de acoso y derribo de la coalición de progreso.

La pandemia fue la primera coyuntura considerada propicia para la desestabilización. Los dardos principales se dirigieron, además de a una condena general del “sanchismo”, contra el ministro Illa, el doctor Fernando Simón y el líder de Podemos Pablo Iglesias, al que se acusó sin razón alguna de tener vara alta en la gestión de las residencias geriátricas. (Hay responsabilidades pendientes todavía, en aquel mini holocausto.) En el Congreso de los Diputados y en los medios de comunicación afines a las fuerzas de la caverna y de la taberna (tomo la imagen de una feliz expresión de José Luis López Bulla), las descalificaciones se convirtieron rápidamente en insultos descarnados. La crisis sanitaria se gestionó bastante bien, sin embargo, desde el gobierno; lo cual no atemperó las críticas sino que, muy al contrario, afiló los insultos con el añadido de mentiras. Vivíamos en el fake, porque algunos esperaban que este trajera una vuelta de los de siempre al gobierno. En Cataluña, el mismo procedimiento fue utilizado con la misma finalidad de socavar la solidez del Ejecutivo y conseguir así un resultado imposible. Desde ambos flancos, se intentó echar sobre el gobierno de España la culpa íntegra de la difusión mundial de un virus chino.

El intento fracasó, y llegó a su tiempo una segunda ola que aportó una mutación en el ADN del Partido Popular. Ocurrió que tanto despliegue de retórica antipolítica sobre la pandemia y sus circunstancias tuvo como único resultado constatable el crecimiento desmesurado de la hasta entonces residual derecha situada a la derecha del PP. Sucesivas elecciones menores dieron el gobierno de varias autonomías a una coalición PP-Vox, en la que la segunda fuerza ejercía de clase de tropa y la primera ostentaba los entorchados. El líder del PP, Pablo Casado, creyó que aquella ola podía llevarle hasta la Moncloa, sobre todo después de que en la polvareda de la batalla de Madrid se perdió de forma definitiva la coleta de Pablo Iglesias, bien fuera por un error de cálculo suyo o por un reconocimiento tácito de que la hazaña que se había propuesto – ocupar en un salto prodigioso el centro del tablero político – quedaba demasiado lejos de sus solas fuerzas.

El final de la segunda ola llegó en Castilla y León, cuando Vox exigió ir más lejos de una disciplina genérica de voto, y Mañueco se vio forzado a concederle una vicepresidencia y varias consejerías. Se traspasó una línea rojade nivel internacional, lo cual (es por lo menos mi opinión) provocó una reacción con guante de seda del Grupo Popular Europeo, que dejó de considerar fiable a Casado y agilizó su defenestración mediante el entremés de una conjura de pasillos o de antesalas.

Europa estaba en esos momentos tentándose la ropa ante una nueva crisis, militar en este caso, motivada por el conflicto muy profundo entre Ucrania y Rusia, con sucesos previos tales como la anexión de Crimea y los referéndums favorables a Rusia en Donetsk y Lugansk. Putin se había contenido en el tiempo de la Administración Trump, porque abrigaba esperanzas de conseguir sus objetivos imperiales por la vía pacífica, con acercamientos tácticos a las ultraderechas europeas (curiosamente, también Ucrania se escoró a la ultraderecha frente a las presiones rusas). La llegada de Joe Biden a la presidencia de EEUU, y el reforzamiento inmediato de la tela de araña de las bases de la ya casi considerada obsoleta OTAN en torno a Rusia, hicieron que Putin, un hombre de los servicios secretos, perdiera la paciencia y muy verosímilmente también la perspectiva de la situación.

Estalló la guerra, o si ustedes lo prefieren, la “actividad militar especial”.

Y empezaron asimismo los daños colaterales. El gas, el petróleo, las redes europeas de transporte de mercancías, el precio de la electricidad, el peligro de desabastecimiento.

La tercera ola del ataque al gobierno español de progreso ha tomado pie en esta situación, y revestido la forma exterior de una huelga del transporte por carretera. Una huelga de características altamente anómalas, y ahí lo dejo, porque son muchos los análisis justos que he leído sobre el tema.

En el sector son muy mayoritarios los autopatronos y los autónomos, verdaderos o falsos. Gente sensible a los reclamos simples de Vox, un partido que se ha situado al hilo de la crisis en el primer plano de la oposición, por delante de un Feijoo que aún medita cómo situarse. Las redes mundiales de transporte basadas en el tráfico marítimo de portacontenedores y en la distribución a partir de los puertos con camiones hasta los centros de consumo, hace tiempo que han sido criticadas como no sostenibles. La patronal se enfrenta a una reconversión a muy corto plazo, por motivos de transición energética pero también simplemente laborales, relacionados con las formas inhumanas de la prestación del trabajo. Será necesario buscar alternativas para las personas, muy mayoritariamente varones, obligadas actualmente a jornadas interminables y mal pagadas, a los turnos forzosos, los riesgos de accidente, las noches en el camastro en la cabina del camión, el aislamiento y la marginalidad social, la droga como remedio para superar los obstáculos y hacer posible la entrega just in time.

Los dirigentes de la huelga han declarado que no pararán hasta hacer caer al gobierno Sánchez. La patronal agropecuaria anda por los mismos derroteros, forzada como se ve a una solución tan destructiva del medio ambiente como son las macrogranjas, para conseguir alguna rentabilidad frente a unos intermediarios que les aprietan de forma exagerada.

El sudoku es de resolución difícil para el gobierno de progreso. Difícil, pero obligada. Sería preferible contar en la ocasión con una ciudadanía menos egoísta y más cooperativa. Pero como habría dicho Luis Romero (Alfredo Clemente lo comentaba el otro día en FB), “con este barro hemos de hacer el muñeco”.