miércoles, 17 de diciembre de 2014

AVERSIÓN AL FUTURO


El profesor Josep Fontana nos ha enseñado que el futuro es un país extraño. Extraño e inquietante, por añadidura. Los más jóvenes, que viven hoy un presente escaso y precario, encaran un futuro problemático que solo alcanzan a percibir a través de unas simbólicas, o muy reales en algunos casos, vallas de alambre de espino adornadas con un letrero muy visible: NO TRESPASSING.
Una parte sustancial del problema reside en la falta total de compromiso con el futuro por parte de las generaciones situadas en los puentes de mando y en las salas de máquinas. Nos encontramos en el reino de la tirada de dados del negocio financiero especulativo, y en el cortoplacismo descarnado en los programas productivos de una economía volátil de tan flexible. Hablar de futuro, de largo plazo, de previsión, en ese contexto, carece de sentido sin remedio posible. No es un dato que deba tenerse en cuenta. Para la sociedad en general, lo que sea sonará. Para los privilegiados, la “clase ociosa” que rememoraba José Luis López Bulla hace poco en un artículo esencial (1), el futuro es en cambio un artículo de lujo, exótico y exclusivo, que se guarda rodeado de mil precauciones y sistemas de seguridad en la cámara acorazada de los subterráneos blindados de los bancos. Gran paradoja: en la aldea global, el futuro se concibe únicamente en términos estrictamente individuales.
Esa mentalidad individualista de las clases altas ha ido calando poco a poco en el subsuelo social, y tiene consecuencias. Lo diré sin alharacas ni grandes énfasis: desde que el futuro ha dejado de ser una gran apuesta colectiva y solidaria, la humanidad se encamina hacia su destrucción. No intento hacer de jeremías, solo establezco una simple previsión, un output verificable a partir de los datos conocidos del problema. Cualquiera puede percibir lo verosímil de esa previsión, con solo abrir los ojos al mundo que nos rodea. Basta la referencia a dos piedras de toque contrastadas: el trato que reciben en nuestras sociedades de hoy mismo la naturaleza de un lado, y los/las adolescentes, de otro.
Acaba de concluir en Lima una cumbre mundial más, sobre los peligros del cambio climático. Han acudido a ella 196 países pero a duras penas se ha conseguido un acuerdo final de mínimos, no vinculante, después de catorce días de parálisis en las negociaciones. Se trataba de preservar nuestras reservas biológicas, nuestras esperanzas de supervivencia. Tendrán que esperar otra ocasión, otra cumbre, otro acuerdo de mínimos.
Si esa despreocupación por el patrimonio común entra más o menos en los parámetros de lo que consideramos normal, en cambio tiene tintes patológicos la aversión al futuro que determina la tendencia morbosa de ciertos sujetos a tomar a escolares o estudiantes como objetivo preferente de sus atentados o asesinatos ideológicos. Tres casos recientes: Boko Haram en Nigeria, los narcos en Ayotzinapa, los talibanes en Peshawar.
Los meandros de la lógica perversa de un asesino siguen a veces pautas parecidas en marcos psicopatológicos diferentes, pero que presentan algún aspecto concomitante. Así, ocurre que el argumento latente en los tres casos citados viene a ser en sustancia el mismo móvil que aflora en tantos casos de violencia de género contra mujeres que se rebelan contra una dominación machista abusiva. Un móvil que puede expresarse de este modo atroz: “Ya que no aceptas el futuro que yo pretendo imponerte, no vas a tener ningún otro futuro en absoluto.”