Ha empezado la
campaña para las elecciones anticipadas en Grecia. Alexis Tsipras, líder de Syriza,
la formación de izquierda favorita en los sondeos de opinión, ha pronosticado en
el primer mitin de su partido, celebrado en un cine céntrico de Atenas, que
esta va a ser una campaña plagada de mentiras terribles en la que la derecha
buscará el voto del miedo.
Seguro que acierta.
¿Por qué había de ser una excepción esta campaña? Las mentiras son
consustanciales a los procesos electorales; son el perejil de todas las salsas.
Mentiras horrendas, calumnias monumentales, insultos retorcidos hasta la
náusea: todo vale en nuestras democracias. Lo que en otro momento conduciría
directamente al juzgado, si se dice en los idus señalados por las urnas tiene
bula. De modo que habrá mentiras en la campaña griega. Muchas. Terribles. Y
voto del miedo, faltaría más.
Otra cosa distinta
es que esa parafernalia inevitable en las grandes fechas del calendario
político tenga alguna utilidad o trascendencia. En el caso griego es muy dudoso,
porque las cartas para la partida están repartidas boca arriba desde buen principio.
Los comisarios de la troika (la UE, el Banco Central Europeo y el Fondo
Monetario Internacional) se han apresurado, todos a una y nada
más fracasar la votación parlamentaria para la presidencia de la república, a conminar al nuevo gobierno griego, sea este el que sea, a asumir religiosamente el
pago puntual de la deuda, ahondar en las “reformas” y prestar acatamiento diligente
a las directrices que en cada momento señale el capital internacional
homologado.
Ocurre que ni
siquiera el voluntarioso Andonis Samarás puede ser tan dócil como se exige desde
los puentes de mando de la tecnocracia global. Grecia está exangüe, y nuevos
recortes en plantillas, salarios y pensiones la hundirán más aún en la postración en la que se encuentra. Con un
futuro de tintes tan sombríos, si a los “rescatadores” las condiciones
impuestas hasta ahora les parecen insuficientes, si por ese lado se mantienen con
plena rigidez las exigencias y no se deja ningún resquicio a la esperanza, el
miedo a lo desconocido desaparece. El cambio, cualquier cambio, ya no puede ser
para peor.
Para un electorado
que ha apurado hasta las heces las limitaciones de maniobra de la gobernante
Nueva Democracia y de su aliado el Pasok, las dos opciones de cambio disponibles
de forma inmediata son Syriza y Amanecer Dorado. De las dos, Syriza es a pesar
de su radicalidad la opción “centrada”, porque Amanecer Dorado representa la
demencia sin más.
Algunos politólogos
señalan que, en estas condiciones, los ataques a Syriza desde dentro y desde
fuera del país posiblemente incrementarán la propensión ciudadana a votarles. Es
un efecto bien conocido y estudiado cuando se recurre a una polarización
estrecha y extrema en unos comicios. La “apelación a la heroica” futbolera de
la que hablaba yo hace pocos días referida a otro contexto, tiene ese peligro: si
acumulas hombres en el área contraria ganarás algunas posibilidades de gol,
pero el contrario dispondrá también de muchas más opciones para un contraataque
fulminante.
Conclusión: las
mentiras pueden resultar útiles, pero solo a condición de no rebasar un límite
determinado. Si se exagera la nota, resultan contraproducentes. Y exagerar la
nota es justamente lo que ha hecho de entrada el partido de Samarás. Su lema
para la campaña es «Nosotros no jugamos con Grecia». La ciudadanía es que se troncha
de risa.