Yo respondería sin
dudar que Sí, a la pregunta que deja flotando en el aire mi amigo de muchos
años y cofrade de trajines blogueros Quim González
Muntadas: ¿Tiene cabida el
sindicalismo en la empresa abierta? (1). Pero también me parece conveniente
hacer algunas salvedades no desdeñables. Ahí van.
1. No es casual que la llamada “empresa abierta” ignore al sindicato.
Todo el proceso de deconstrucción del andamiaje sociolaboral y asistencial de
los decenios marcados por la hegemonía de las concepciones del Estado del
Bienestar se basa en un presupuesto que supone una enmienda a una idea central de Carlos Marx. A saber, que la fuerza
de trabajo no crea valor. Es solo el
empresario, o mejor dicho el “emprendedor” para englobar nuevas formas de
empresa flexibles y desestructuradas, quien crea plusvalía. El capital coopera
a esa creación con un apoyo financiero sobre el que luego reclamará, como el
Shylock de Shakespeare, su libra de carne. La
fuerza de trabajo es mera mercancía, materia prima abstracta e indistinta.
De modo que, en esa
visión del “nuevo” capitalismo, los sindicatos de los trabajadores no pueden exigir
nada, porque nada ofrecen. Al mercado de trabajo convenientemente “reformado”
por las instancias políticas, los asalariados concurren no como sujetos activos
con capacidad de negociación, sino como bienes fungibles susceptibles de ser
comprados, vendidos e intercambiados, sin traba legal alguna como desiderátum,
aunque subsisten aún residuos (engorrosos) de épocas anteriores que aún no ha sido
posible eliminar. Uno de esos residuos, el más importante sin duda (el más
engorroso también), es el sindicato confederal.
2. La empresa abierta se basa en ideas de excelencia en la gestión de
recursos humanos, de eficiencia y de competitividad, a partir de un
aprovechamiento idóneo de las potencialidades de la tecnología, y de métodos
racionales de dirección y de gestión. De alguna forma, la idea misma de empresa
abierta nos retrotrae a un mercado clásico de libre competencia y juego limpio entre
todos los sujetos concurrentes, en relación con las leyes económicas que rigen
ese mercado. Su idea motriz es la darwiniana supervivencia de los más aptos,
tanto en el nivel colectivo de las sociedades como en el individual de los corporation men, los hombres-corporación.
Conviene tener en
cuenta al respecto que la «realidad fáctica», como la llamaba Antonio Gramsci, es diferente. Para llevar adelante su
proyecto bien diseñado, el emprendedor necesita el apoyo del capital. Canales
de financiación, crédito en una palabra. Pero el crédito escasea, y su reparto
no se realiza casi nunca en razón a los méritos comprobados de los demandantes.
En un régimen económico-político oligárquico como es el nuestro, basado en
buena medida en el intercambio de favores entre los sectores público y privado,
no tendrá preferencia la sociedad más eficiente y mejor preparada, sino aquella
en la que se dé una colusión de intereses más intensa entre unos gerentes que
actúan como “conseguidores” y unos estamentos políticos y/o bancarios ansiosos
por recibir su mordida antes incluso de que la sociedad empiece a generar los
beneficios para los que se supone que ha sido entrenada. De lo cual se
desprende que los principios de excelencia y esfuerzo colectivo de los
integrantes de la empresa abierta podrían quedar en una angélica declaración de
intenciones sobre el papel, sin efectos en la realidad fáctica mientras perdure
el actual statu quo.
3. Pero a pesar de tales obstáculos y a la espera de que sean removidos
de una vez, es muy posible, y de hecho se constata, la existencia de empresas
bien concebidas, bien montadas y con una atención sincera hacia cuestiones
tales como la gestión de valores y la responsabilidad social. El sindicato no
debería dar en ningún caso la espalda a esa realidad sino, muy al contrario, forzar
su presencia en los mecanismos de toma de decisiones e intervenir con la
decisión que apunta Quim en su artículo. Las propuestas sindicales, sean o no
bienvenidas por la dirección, irían en el sentido de ofrecer mejoras bien
meditadas en las prestaciones del colectivo integrado en la plantilla, a cambio
de garantías de contraprestaciones oportunas medidas en mejoras salariales y de
la condición de trabajo. No habría cogestión ni una disposición incondicional
por parte del sindicato a secundar los planes de la empresa, sino una
negociación enraizada en una tensión permanente entre las partes. Es posible ir
juntos en una parte del trayecto, pero no en su totalidad. No se puede olvidar
que el objetivo de la empresa al implantar este tipo de métodos es el
incremento de los beneficios, mientras que el objetivo sindical es la
humanización del trabajo.