En un artículo
publicado en La Repubblica y
traducido para nosotros por Javier Aristu (1),
la profesora italo-norteamericana Nadia Urbinati ha
señalado las características novedosas del fenómeno Podemos y su originalidad
de fondo. En efecto, en un contexto de crisis generalizada de credibilidad y de
representación de los partidos políticos, he aquí una fuerza surgida inicialmente
de los movimientos sociales que se constituye a todos los efectos como partido,
consciente de los riesgos que asume pero decidida a cubrir un vacío esencial en
la dialéctica democrática, y a batirse en condiciones iguales con las
«casandras del statu quo».
Porque, como afirma
el propio Pablo Iglesias, «el
problema de la debilidad de nuestras democracias no está en el hecho de que
estas se basen en los partidos, sino en que los actuales partidos no tienen ya
credibilidad.» Hay una vía de salida falsa a los achaques del parlamentarismo
que consiste en preconizar la práctica de la democracia directa, la soberanía
de las asambleas, la disolución de los partidos en los movimientos sociales.
Eso no es regeneración democrática, y su resultado previsible es que los
ciudadanos estarán más aislados entre ellos y más inermes frente al poder. Ese
poder fáctico, cuya presencia omiten, seguirá gravitando con todo su enorme
peso sobre las relaciones sociales cuando los robinsones del asambleísmo despierten
de su sueño, igual que sucedía con el dinosaurio de Monterroso.
Podemos ha elegido una
línea distinta: la apuesta por la autoorganización dentro de un sistema que
concede a los partidos políticos múltiples herramientas de acción, de
intervención, de cambio. No es el sistema de partidos visto en conjunto el
objeto de su crítica, sino más bien el conformismo que invade la vida de unos
partidos aquejados de un “posibilismo” chato, y la degeneración del sistema en una
oligarquía que excluye de plano a los “no iniciados” en los entresijos de la
cosa pública.
Justamente ahora el
Partido Popular lanza la idea de una gran coalición postelectoral con el PSOE,
«no en contra de nadie» sino en defensa de la gobernabilidad. Típica, esa
presunción sin pruebas de que la gobernabilidad se encuentra radicada en los estamentos
representativos de la vieja política, y toda novedad aboca al país a la imprevisibilidad
del caos.
Pero el viento
fresco que aportan los/las dirigentes de Podemos es precisamente la
posibilidad, la inminencia diría, de una regeneración democrática. Predican la
viabilidad de unos partidos políticos no enquistados en sí mismos sino abiertos
al exterior, que ofrezcan a la ciudadanía puntos de referencia en lugar de
jerarquías establecidas. Proponen la exploración de una relación nueva entre esos partidos
y los movimientos sociales, capaz de fecundar y vigorizar a las dos partes, al asegurar
de un lado la continuidad en el tiempo y el debate en las instituciones de las
reivindicaciones esgrimidas por los movimientos, y favorecer, del otro lado,
una aproximación de los partidos, en tanto que estructuras políticas intermedias,
a sus bases potenciales, desatascando y revitalizando un intercambio fluido de
ideas tanto de arriba abajo como de abajo arriba. Todo lo cual resulta urgente
y necesario para una etapa política que va a tener en nuestro país, sin la
menor duda, características de período constituyente.
Podemos no va a
poder hacer todo eso en solitario. Está explorando caminos nuevos en los que se
mueve por el método del tanteo y el error. Se le achaca ambigüedad cuando está
aún buscando su camino, un camino enrevesado que otros se apresuran a declarar
inexistente. Los llaman populistas, y cada vez está más claro, como lo señala
la propia Urbinati, que son el polo opuesto del
populismo, porque su apuesta por una auténtica democracia representativa es limpia y
transparente.
Claro que sus
dirigentes reconocidos se equivocan de vez en cuando en sus propuestas o en sus
comentarios, ¿alguien esperaba que tuvieran el don de la infalibilidad? Su
actitud, el coraje que demuestran, las ganas de explicarse en todos los foros
mientras no estén sembrados de trampas, son en todo caso cualidades positivas,
provechosas para la comunidad. Y por eso mismo la «demagogia científica» que se
está asestando contra ellos desde prácticamente todos los ángulos del
cuadrilátero político es una actitud miserable y retrógrada. Falta aún ver si
Podemos es capaz de merecer nuestra confianza y nuestro voto, pero está visto
ya para sentencia el rechazo contundente que merecen quienes les atacan. Por lo
menos, sabemos ya a quienes no hemos de votar. En nombre, precisamente, de la
democracia.