jueves, 4 de diciembre de 2014

MUCHACHA QUE HUYE


Eleusis, el antiguo templo de los misterios situado a una quincena de kilómetros de Atenas, es la confirmación palpable de la insensibilidad moderna hacia la naturaleza. Fue erigido para celebrar la sucesión de las estaciones y la renovación de la fertilidad de la tierra en la primavera, y su situación en el extremo norte del golfo Sarónico y en las cercanías del puerto del Pireo lo ha rodeado de refinerías de hidrocarburos que lo condenan a padecer la atmósfera de peor calidad de toda Grecia y áreas mediterráneas vecinas.
Todo debió de empezar a partir de una oquedad que se abre como un gran bostezo en el flanco de un cerro que domina la llanura aluvial y el mar cuajado de islas (Salamina está justo enfrente). Las paredes de la gruta son de color oscuro, como ennegrecidas de humo, y en ellas se abren grietas de gran tamaño. Al parecer por esas grietas salían en tiempos fumarolas sulfurosas, y se consideró por ello que se trataba de la puerta de entrada a los infiernos. Según el mito, el dios del inframundo, Hades, asomó por ahí un día y se llevó a su reino a la ninfa Perséfone, hija de Démeter, la diosa de la fertilidad y de las cosechas, para hacerla su compañera. El rapto de la niña irritó tanto a Démeter, que dejó de dispensar sus dones a los humanos. Hades por su parte se negó en redondo a devolver a Perséfone a su madre. El complejo pleito requirió una asamblea de dioses, en la que se llegó a una solución transaccional: Perséfone pasaría seis meses con su marido en el infierno, y otros seis en la superficie con su madre. La tierra solo florecería y daría frutos en los meses de luz, aire y sol para la ninfa.
Cada nuevo otoño, tenía lugar una procesión que llevaba a Eleusis los objetos sagrados (se ignora cuáles eran con exactitud) que simbolizaban el regreso de Perséfone al inframundo y la vuelta de la aridez a la tierra. La procesión seguía la Vía Sacra, que atraviesa de parte a parte – entre otros – el municipio de Egáleo en el que residimos, hasta la explanada de Eleusis. El séquito no era triste ni lamentoso; debió de tener un parecido notable con la romería del Rocío. Los atenienses viajaban en carros, bien provistos de comida y bebida; cantaban, se cruzaban bromas y pullas entre ellos, y se tomaban las cosas con calma. Partían del ágora de Atenas, al pie de la Acrópolis, a la salida del sol, y se instalaban delante de los Propíleos de Eleusis ya anochecido. Durante cuatro días celebraban los misterios. Había danzas de muchachas, invocaciones de sacerdotes, tal vez ceremonias orgiásticas y sin duda mucho “intercurso” que dicen los ingleses. En fin, más o menos lo mismo que podía verse siglos después en épocas de carnaval. Los ciclos naturales son siempre los mismos, y cuando una comunidad se prepara para ayunar, celebra con más vigor las épocas de abundancia pasadas y futuras.
Los misterios siguieron celebrándose cuando Grecia se convirtió en provincia de Roma. Luego, ya en el declive del imperio, Eleusis se convirtió en otra cosa, en un centro más o menos internacional de estudios filosóficos y religiosos esotéricos y de sincretismos de todo tipo. Ya no se peregrinaba allí desde Atenas sino desde la Galia, Egipto o Siria, en busca de un saber alambicado. En los inicios del siglo quinto, se presentó en el Ática el bárbaro Alarico y arrasó con todo: murallas, pórtico, templos y arcos de triunfo. A unos cientos de metros del yacimiento arqueológico, otros bárbaros modernos han destrozado el medio ambiente de un lugar que fue sagrado.
Una de las piezas capitales que se guardan en el Museo de Eleusis es la “Muchacha que huye”, una escultura femenina llena de gracia y de pudor, que debió de formar parte del frontal de un templo. Tal vez Perséfone tratando de escapar de su raptor. Hoy podría ser la Naturaleza en fuga, espantada por los estragos de una economía de rapiña.