(Con mis disculpas a MVM por copiarle el título)
Ni a la troika le
han gustado los presupuestos para 2015 preparados por el gobierno griego, ni el
primer ministro Andonis Samarás acepta de momento la “reforma” sugerida por las
altas autoridades económicas del mundo mundial, consistente, faltaba más, en nuevas
rebajas salariales y despidos de funcionarios. El impasse va a desembocar por el
instante en una “prórroga técnica” de la situación anterior, para la que se
había previsto como plazo final el límite del 31 de diciembre. El comisario
europeo Moscovici no ha desvelado aún si la prórroga se extenderá durante un
período corto, de uno o dos meses, o si se prolongará hasta seis meses. El
detalle tiene más enjundia de lo que puede parecer a primera vista.
Samarás es, como algunos
otros primeros ministros del área euro, un político esencialmente gris, un
hombre de la periferia (viene de Pilos, en la punta del Peloponeso) que ha
hecho su carrera política a la sombra de Mitsotakis hasta la retirada del
patrón. En la pugna subsiguiente por el poder en el seno de la conservadora
Nueva Democracia, Samarás hizo valer su dominio del aparato y sus amplias
connivencias con las alcantarillas del poder. Pero desde entonces sus defectos
se han hecho más y más visibles cada día: es un hombre sin carisma y sin ideas,
incapaz de trazar un plan de acción creíble ni de hacer un discurso más allá de
las vaciedades de rigor. Sus reacciones son característicamente lentas, de modo
que los hechos, la realidad fáctica, parecen siempre ir un par de pasos por lo
menos por delante de él.
A falta de la
última entrega del “rescate” de la deuda griega, por valor de 1.800 millones de
euros, Samarás vendió antes de la entrevista en la cumbre de este mes la
noticia de que lo peor de la crisis había pasado ya, Grecia estaba en
condiciones de recuperar el timón de su economía sin necesidad de tutelas
comunitarias, y los brotes verdes crecían pujantes por doquier. Era en
cualquier caso la última bala que le quedaba en la recámara, porque el próximo
mes de febrero necesitará en la Vuli (el parlamento) una mayoría de votos
cualificada – que no tiene – para ser reelegido jefe del gobierno; o bien habrá
de ir a unas elecciones generales a las que teme como a un nublado, porque en
el horizonte se delinea la amenaza de Syriza.
Ante la troika utilizó
una doble estrategia: unos presupuestos asépticos para no aumentar la
irritación muy considerable de la ciudadanía, y el socorrido argumento del
miedo a lo que vendrá para convencer a los amos de la caja fuerte. “Decidme que
sí a mí, aunque no os guste, porque siempre será mejor que lo que os planteará el
próximo jefe de gobierno, si Syriza gana las elecciones.”
La troika se ha
puesto chula: «Nos da igual quien gobierne, lo que queremos es que se pongan en
marcha las reformas.» Aún intentó Samarás una finta. ¿Se han entrevistado con
Tsipras, el líder de Syriza? ¿Saben bien lo que está proponiendo la izquierda
radical y desestabilizadora? Y la respuesta: «Nosotros sólo hablamos con
gobiernos, no con partidos.»
De modo que no es
indiferente que la prórroga de la actual etapa del rescate griego se limite a
uno o dos meses, o se alargue hasta seis. Porque en febrero podría haber
disolución de la Vuli, y en marzo unas elecciones en las que todo será posible.
Lo que ocurra luego con la deuda y con esos 1.800 millones no está aún escrito,
pero son cuestiones que, por más que quizás a algunos les suenen a coros
angélicos perdidos en la lejanía, nos implican a todos. Esta va a ser una
batalla global. Rectifico: va a ser la primera escaramuza de la gran batalla
global que se anuncia ya en distintos foros.