La llamada Ley Mordaza ha inaugurado
la precampaña electoral del Partido Popular. Ha sido el rayo, el rayo que no
cesa. Detrás ha venido el trueno, en forma de glosas o escolios al texto crudo
y abstracto de la norma.
Ha causado cierta sorpresa, por
venir de quien viene, el fuego de artificio retórico que ha acompañado las
explicaciones del presidente del gobierno en el acto de La Granja de San
Ildefonso. Rajoy suele ser persona timorata, y también algo sibilina, en la
forma de expresarse (“se hará lo que haya que hacer, lo que Dios manda, lo que
dicta el sentido común”), pero en esta ocasión, aun sin salirse por completo de
la pauta habitual, ha tronado, ha quemado pólvora en salvas como en pocas
ocasiones anteriores. Queda meridianamente claro y sin circunloquios el No del
PP a cambiar la Constitución, que «no es un juguete que admite bromas ni
frivolidades» y tampoco «ocurrencias ni eslóganes». Tampoco admite la ley
suprema «encajes ni acomodos» caprichosos, porque tales cosas son «ensoñaciones»
de quienes siguen «mirándose el ombligo
de lo autóctono».
Lo que ofrece en cambio el PP a la
ciudadanía es un muro firme de contención contra el caos interno (¿quizás una
alusión a los Podemos y los Ganemos?), además de una colaboración estrecha con
las autoridades europeas (Angela Merkel, el BCE, se supone) para seguir en la
senda de la recuperación económica (global, por supuesto). Y claro, no hace
falta insistir mucho en ello, severas penas de cárcel y multas impagables para
los insensatos que protesten en ámbitos no estrictamente privados por «frivolidades»
tales como despidos, desahucios, hambres y miserias.
Hizo también el presidente una
mención, muy de pasada y sin concretar, a futuras normas para luchar contra la
corrupción. ¿Por qué, por qué, cielos? Los catones severos hemos de afearle a
Mariano esa concesión a los gustos bajos de la plebe. Sin duda no ha sido cosa
suya sino de sus asesores, posiblemente de ese Arriola que tiene tanta mano en
la política de comunicación. Pero es una pena que después de tanta artillería
concentrada en las frivolidades ajenas, se despache la cuestión con una “frivolité”
propia. Y ni siquiera hacía falta, ya ha proveído el Poder Judicial medidas prudentes,
sugeridas por el mandato divino y el sentido común, para colocar la horma
oportuna a las ensoñaciones del juez Ruz.
En apretada síntesis, lo que nos
ofrece sin tapujos el programa electoral del PP es más de lo mismo. Ajo y agua,
pobreza y mal gobierno. Todo ello en la senda inmarcesible de una larga tradición
heroica y mística que resumió como nadie el poeta catalán Jaime Gil de Biedma: «… este país de todos los demonios en donde
el mal gobierno, la pobreza, no son, sin más, pobreza y mal gobierno, sino un
estado místico del hombre, la absolución final de nuestra historia.»
Pues como dicen los castizos, que
venga Dios y lo vea.