Muy en su papel de
gran muñidor del statu quo en Europa
en general y en nuestro país en particular, El País previene hoy en un
editorial especialmente patoso (“Pulso de populismos”) contra las “aventuras”
de signo “radical y populista” que ponen en riesgo tanto la “recuperación económica”
como la “seguridad” y la “estabilidad” institucional, así en Grecia como en
España.
Utilizar las
palabras como mantras, y no como vehículos de ideas plausibles, tiene sus
consecuencias. Así, una característica universal de la política actual, el
populismo descarnado, se adjudica en el editorial citado a unas posiciones
determinadas del abanico político, y no a otras. Analícense con imparcialidad
declaraciones recientes de Susana Díaz o de Pedro Sánchez. O bien la estupenda
declaración de Rajoy de que «la crisis ya es historia». Serán menos creíbles
que otros eslóganes situados del lado de los movimientos sociales y sus aledaños,
pero no son menos populistas.
Otro tanto ocurre
con los nacionalismos. Todos son considerados desastrosos excepto el más
dañino, el nacionalismo español ortodoxo según el dogma aceptado, para el cual
España es una, eterna e indivisible, católica y apostólica, martillo de herejes
y luz de Trento. Todo ejercicio de laicismo o de escepticismo en este tan
discutible terreno es considerado ipso facto por los poncios materia nefanda.
Lo cual impide a la legión de quienes abominan de las “ideologías” consentir en
discutir siquiera cualquier tipo de solución que ofrezca el más mínimo
resquicio no acorde con las esencias acendradas.
El statu quo presente brinda a los
ciudadanos, secundum El País, “seguridad
y estabilidad” frente a las propuestas “radicales”. No sé qué calificativo dará,
entonces, un observador imparcial a los últimos capítulos del serial “reforma
laboral”, o a las propuestas rampantes de los dos patronos de patronos que
acaban de competir por un lugar en la cumbre de la CEOE. ¿Paños calientes, reformas
cosméticas? Si no se trata de medidas y de propuestas “radicales”, se me escapa
por completo el significado del término. Tampoco alcanzo a ver qué estabilidad
y qué seguridad se garantiza a nadie con ese tipo de medidas. Tomemos como
ejemplo la recuperación económica; son ya demasiadas las voces concordes en
que, cuando se produzca – que esa es otra –, dejará un saldo neto de precariedad
y desigualdad social acrecentada.
Desigualdad creciente
de las partes, inestabilidad y precariedad creciente en el empleo, inseguridad permanente,
esa parece ser la marca de fábrica del futuro que se está fraguando en los
pasillos de los diversos poderes constituidos y avalados por el statu quo. El sociólogo alemán Ulrich Beck, en un artículo ya añejo pero plenamente vigente (1), señala cómo las
políticas inspiradas en el capitalismo global están rompiendo con todos los
equilibrios consensuados en la etapa anterior y abocan a la sociedad de los
países avanzados a un panorama de incertidumbre y de riesgo generalizado. La
estabilidad en el trabajo, afirma con énfasis Beck, es “la” condición
primordial de la estabilidad social; y por esa razón define la «utopía
neoliberal» como «una especie de analfabetismo democrático» que atenta contra
los propios intereses del capital. Demonizar a Syriza o a Podemos por
movilizarse contra ese peligro palpable viene a ser una actitud tan incoherente
como denunciar la paja en el ojo ajeno y regodearse en la viga del propio.