El ambiente
político se ha espesado en Atenas, a partir del fracaso de la cumbre con la
troika para la entrega de la parte pendiente del rescate. Proliferan los
furgones policiales aparcados en las calles, incluso en sitios inesperados y a
horas inocentes. Las manifestaciones son más agresivas; en muchas se juega con
fuego, en el sentido literal de la palabra, y se busca el contacto directo con
los antidisturbios. También en más de una ocasión piquetes aguerridos de
Amanecer Dorado en uniformes paramilitares han ejercido de fuerza represiva
directa contra los manifestantes de izquierda, mientras los soldados se
limitaban a observar.
Andonis Samarás, el
primer ministro, culpa de la espiral de violencia a Syriza. No solo de la
espiral de violencia. Enfatiza que no va a consentir que la izquierda radical y
populista lleve al país al caos y la ruina, por más que el caos y la ruina
están ya ahí desde antes de que llegue Syriza al gobierno.
Un consejo sibilino
que fuentes relacionadas con Nueva Democracia están dando a la ciudadanía – siempre
a través de insinuaciones indirectas, porque una cosa así no es posible plantearla
en términos crudos, siquiera sea por decoro –, es que se apresuren a sacar sus
ahorros del banco antes de la fecha de las próximas elecciones, porque después
tal vez ya no podrán hacerlo.
La advertencia cae
por el momento en saco roto. El objetivo, muy claro, del runrún es frenar mediante
el voto del miedo al partido de Tsipras, pero quienes tienen cantidades
importantes de dinero en los bancos de Grecia no iban a votar a Tsipras de
todos modos. Es más, ya hace años que la mayor parte de los capitales privados griegos
está colocada, o bien en bancos extranjeros, o bien directamente en el
extranjero. No por miedo al radicalismo de Syriza, sino por la consabida disyuntiva
entre patriotismo y patrimonio, sobre la cual no hacen falta mayores explicaciones.
En la situación actual la mayoría de los habitantes censados en el país, para
los cuales tener dinero ahorrado es tan irreal como un cuento de hadas, no
vería mal una intervención de la banca, por si de ese modo es posible hacer
aflorar unos capitales que se han revelado sumamente volátiles desde que se
inició la prolija operación del rescate financiero.
La senda
constitucional que debe seguirse a partir de este momento es clara. Samarás
intentará de aquí a febrero aprontar los votos que le faltan para asegurar la
elección presidencial, bien en la persona de su propio candidato o bien en la
de una persona capaz de generar consenso. Si no se consigue esa mayoría, el
jefe del gobierno habrá de disolver el parlamento y convocar elecciones
generales de forma inmediata. No son del todo descartables fugas hacia adelante
ni tiradas por calles de en medio, pero estas serían penalizadas con un aumento
de la inestabilidad interna y del aislamiento internacional. Algo que
resultaría gravoso en exceso incluso para los estamentos más antieuropeos y más
insolidarios de un país en bancarrota, enfeudado sin remedio a sus acreedores y
dependiente de forma absoluta de un turismo que a día de hoy es la única fuente
de ingresos que presenta un comportamiento positivo.