Francesc Homs,
portavoz del gobierno catalán, ha lamentado la decisión del Tribunal Superior
de Justicia de Catalunya de admitir a trámite la querella contra el presidente Artur
Mas, la vicepresidenta Joana Ortega y la consejera Irene Rigau, por
desobediencia al mandato del Tribunal Constitucional en la jornada del pasado
9-N; y, considerando al gobierno español el instigador real de esa decisión, lo
ha acusado de “miopía” y de tener “una cultura democrática escasa”.
Se puede discutir
si le asiste más o menos razón en sus argumentaciones, pero no cabe duda es de
que estas incluyen un doblez que viene siendo ya típico en otras actuaciones
próximas o lejanas de la Generalitat. No se concibe de otro modo el hecho de
que, de forma simultánea al lamento sobre las restricciones impuestas al anhelo
de un pueblo de expresarse libremente sobre su futuro, se utilice el mismo mecanismo
criticado para impedir que el president
Mas comparezca ante la comisión parlamentaria que investiga los posibles desvíos de caudales
públicos hacia las cuentas corrientes del ex president Pujol y su numerosa familia.
¿Acaso el pueblo
catalán no está deseando saber todas las circunstancias de algo que tiene todo
el aspecto, más allá del fraude a la hacienda pública, de un robo alevoso a la
comunidad? Si perseguir a Mas por el 9-N es signo de una cultura democrática
escasa, exonerarlo de sus posibles responsabilidades por acción o por omisión en
el caso Pujol, también lo es. Si, por el contrario, lo que importa en cada caso
es la letra de la ley y el peso mayor de la mayoría establecida frente a la
minoría discrepante, las dos respuestas, la del Estado y la de la Generalitat, han
de ser consideradas igualmente intachables. O todos moros, o todos cristianos. No
vale lo de puerta de Elvira en Granada y en Sevilla doña Elvira. O, como decimos
en Cataluña, no vale «hacer la puta y la Ramoneta», ofrecer dos caras distintas
en dilemas similares, según hacia donde se incline el interés propio en el
pleito.
En todo el largo
proceso de la marcha de la «sociedad civil» catalana hacia la independencia,
las autoridades autonómicas han mantenido ese tipo enojoso de doble discurso. Artur
Mas lo llama astucia. Puede, pero se trata en todo caso de una astucia ya tradicional
en su formación política; de un clásico de los años del gobierno Pujol, cuando
Convergència mantenía una posición en Madrid y otra distinta, en ocasiones diametralmente
opuesta, en Cataluña. El doble discurso de la “gobernabilidad” allá y del “Madrid
nos roba” aquí.
Pero no es sobre astucias,
ni sobre medias verdades, ni sobre acomodos de conveniencia, como se puede edificar
un Estado propio. Ni siquiera un Estado federado.