viernes, 12 de diciembre de 2014

THESSALONIKI


No hemos tenido muchísima suerte con el tiempo Carmen y yo en nuestra excursión de cuatro días a Tesalónica. Llovió sin fuerza pero sin parar los dos primeros días, paró el tercero aunque con nieblas y mucha humedad, y volvió a llover en la despedida. Nos lo temíamos, y por eso no elegimos como objetivo alguna de las islas griegas grandes provistas de aeropuerto, sino una ciudad que ya conocíamos de un viaje anterior. Tesalónica tiene, al fin y al cabo, muchos atractivos, y no son los menores los que se encuentran bajo techado. Al margen de su condición de ciudad universitaria, con una vida científica y artística muy intensa, cuenta con museos remarcables, iglesias bizantinas de larga tradición y riqueza, y también con buenos restaurantes populares o con el gran mercado “a la turca”, que no están inscritos en el patrimonio de la humanidad de la UNESCO como otras joyas locales, pero son en cambio los lugares donde con mayor facilidad se siente uno ciudadano del mundo. ¿Apo pú ines?, “¿de dónde eres?”, preguntan los vendedores o los camareros en cuanto se dan cuenta de lo precario de nuestra conversación griega, y oída la respuesta, se extasían: ¡Ah, Barkeloni!
Para empezar, ¿Salónica o Tesalónica? La primera sílaba desaparece en una variante del topónimo, tanto en español como en griego. El nombre oficial en español ha sido, no sé si lo sigue siendo, Salónica. Pero al parecer fue Thessaloniki, “victoriosa sobre los tesalios”, el nombre propio de la reina macedonia, hija de Filipo, que lo cedió a la ciudad.
Tesalónica nació de la conjunción de dos caminos: el del mar, que recala en el puerto abrigado en el fondo de un amplio seno marino, y el de tierra, la Via Egnatia, una calzada que unía en la antigüedad Dirraquio (actual Dürres, en Albania) con Bizancio. Próxima al puerto se abre al mar la espléndida plaza de Aristóteles, con suelos de mármol blanco. Desde el mismo lungomare, la plaza se prolonga en dirección sur-norte en una avenida amplia que conecta con la odos Egnatia. Las ruinas del antiguo foro grecorromano se encuentran en esa intersección. Más arriba, siempre siguiendo la calle de Aristóteles por un terreno que se eleva en anfiteatro, se llega a la gran basílica bizantina de San Demetrio, que tiene unos mosaicos muy hermosos, antiguos y modernos, y unas curiosas catacumbas. Coronando la misma cuesta, bien en alto y con la protección de unos muros hoy bastante derruidos, está la iglesia del Profeta Elías; y hacia el este, abajo, cerca de la odos Egnatia, se alza la otra gran basílica de la ciudad, la de Santa Sofía.
Junto a la antigua Via Egnatia y próxima a la puerta oriental de la ciudad se hizo construir su palacio el césar Galerio, a finales del siglo III. En el límite oriental del mismo levantó un arco triunfal en conmemoración de su victoria sobre los persas. Hoy solo sigue en pie una parte del mismo, consolidada con tramos de ladrillo. Es un monumento que produce una gran impresión. Los relieves de piedra están desgastados, «de la carrera de la edad cansados» en la expresión de Quevedo, pero esa misma pátina, al diluir las aristas y suavizar las sombras, ayuda al visitante a sentir mejor, casi físicamente, el paso y el peso del tiempo.
Galerio pasó a ser uno de los cuatro emperadores, los tetrarcas, que sucedieron a Diocleciano cuando este decidió dividir el imperio romano. Ordenó entonces edificar para sí mismo un mausoleo singular, de planta circular como el Panteón de Roma. Ese edificio, conocido hoy como la Rotonda o Rotunda, se alza a un centenar largo de metros del Arco de Galerio, en dirección norte, unido a él por una avenida que en tiempos estuvo flanqueada por pórticos sostenidos por columnas. Luego Galerio murió en campaña, lejos de Tesalónica, y lejos de ella fue enterrado. El emperador Constantino, cuando declaró el cristianismo religión oficial del imperio, dispuso que la Rotonda fuese convertida en templo: el primerísimo de la nueva religión imperial, puesto que su construcción se remontaba a una época anterior incluso. Con los siglos, la Rotonda fue iglesia ortodoxa y mezquita (con la añadidura de un minarete) y sobrevivió con entereza a varios temblores de tierra, el último en el año 1978. Hoy es un monumento no accesible, pendiente de trabajos de reconstrucción y consolidación largos y costosos.
Atenas y Estambul son las primadonnas del turismo cultural en el área geográfica del sudeste europeo. Pero si planean ustedes un viaje de estas características, vale la pena que tengan en cuenta a la bella, antigua y maltratada ciudad de Tesalónica.