No hemos tenido
muchísima suerte con el tiempo Carmen y yo en nuestra excursión de cuatro días a
Tesalónica. Llovió sin fuerza pero sin parar los dos primeros días, paró el tercero
aunque con nieblas y mucha humedad, y volvió a llover en la despedida. Nos lo
temíamos, y por eso no elegimos como objetivo alguna de las islas griegas grandes
provistas de aeropuerto, sino una ciudad que ya conocíamos de un viaje anterior.
Tesalónica tiene, al fin y al cabo, muchos atractivos, y no son los menores los
que se encuentran bajo techado. Al margen de su condición de ciudad
universitaria, con una vida científica y artística muy intensa, cuenta con museos
remarcables, iglesias bizantinas de larga tradición y riqueza, y también con buenos
restaurantes populares o con el gran mercado “a la turca”, que no están
inscritos en el patrimonio de la humanidad de la UNESCO como otras joyas
locales, pero son en cambio los lugares donde con mayor facilidad se siente uno
ciudadano del mundo. ¿Apo pú ines?, “¿de
dónde eres?”, preguntan los vendedores o los camareros en cuanto se dan cuenta
de lo precario de nuestra conversación griega, y oída la respuesta, se
extasían: ¡Ah, Barkeloni!
Para empezar,
¿Salónica o Tesalónica? La primera sílaba desaparece en una variante del
topónimo, tanto en español como en griego. El nombre oficial en español ha
sido, no sé si lo sigue siendo, Salónica. Pero al parecer fue Thessaloniki, “victoriosa
sobre los tesalios”, el nombre propio de la reina macedonia, hija de Filipo, que
lo cedió a la ciudad.
Tesalónica nació de
la conjunción de dos caminos: el del mar, que recala en el puerto abrigado en
el fondo de un amplio seno marino, y el de tierra, la Via Egnatia, una calzada que
unía en la antigüedad Dirraquio (actual Dürres, en Albania) con Bizancio. Próxima
al puerto se abre al mar la espléndida plaza de Aristóteles, con suelos de
mármol blanco. Desde el mismo lungomare, la plaza se prolonga en dirección
sur-norte en una avenida amplia que conecta con la odos Egnatia. Las ruinas del
antiguo foro grecorromano se encuentran en esa intersección. Más arriba,
siempre siguiendo la calle de Aristóteles por un terreno que se eleva en
anfiteatro, se llega a la gran basílica bizantina de San Demetrio, que tiene
unos mosaicos muy hermosos, antiguos y modernos, y unas curiosas catacumbas. Coronando
la misma cuesta, bien en alto y con la protección de unos muros hoy bastante
derruidos, está la iglesia del Profeta Elías; y hacia el este, abajo, cerca de
la odos Egnatia, se alza la otra gran basílica de la ciudad, la de Santa Sofía.
Junto a la antigua Via
Egnatia y próxima a la puerta oriental de la ciudad se hizo construir su
palacio el césar Galerio, a finales del siglo III. En el límite oriental del
mismo levantó un arco triunfal en conmemoración de su victoria sobre los
persas. Hoy solo sigue en pie una parte del mismo, consolidada con tramos de
ladrillo. Es un monumento que produce una gran impresión. Los relieves de
piedra están desgastados, «de la carrera
de la edad cansados» en la expresión de Quevedo, pero esa misma pátina, al
diluir las aristas y suavizar las sombras, ayuda al visitante a sentir mejor,
casi físicamente, el paso y el peso del tiempo.
Galerio pasó a ser
uno de los cuatro emperadores, los tetrarcas, que sucedieron a Diocleciano
cuando este decidió dividir el imperio romano. Ordenó entonces edificar para sí
mismo un mausoleo singular, de planta circular como el Panteón de Roma. Ese
edificio, conocido hoy como la Rotonda o Rotunda, se alza a un centenar largo
de metros del Arco de Galerio, en dirección norte, unido a él por una avenida
que en tiempos estuvo flanqueada por pórticos sostenidos por columnas. Luego
Galerio murió en campaña, lejos de Tesalónica, y lejos de ella fue enterrado. El
emperador Constantino, cuando declaró el cristianismo religión oficial del
imperio, dispuso que la Rotonda fuese convertida en templo: el primerísimo de
la nueva religión imperial, puesto que su construcción se remontaba a una época
anterior incluso. Con los siglos, la Rotonda fue iglesia ortodoxa y mezquita
(con la añadidura de un minarete) y sobrevivió con entereza a varios temblores
de tierra, el último en el año 1978. Hoy es un monumento no accesible,
pendiente de trabajos de reconstrucción y consolidación largos y costosos.
Atenas y Estambul
son las primadonnas del turismo
cultural en el área geográfica del sudeste europeo. Pero si planean ustedes un
viaje de estas características, vale la pena que tengan en cuenta a la bella,
antigua y maltratada ciudad de Tesalónica.