Un artículo de Antonio Navalón, hoy en El País, me ha dejado
perplejo. El titular es grandilocuente, «Europa fracasa en América», y el subtitular
todavía más rotundo, «Miedo a la libertad.» Luego de esos clarinazos iniciales,
el artículo no habla tanto de Europa y América como de España y Venezuela. El
mensaje en sí y el destinatario del mismo no acaban de estar claros.
Me explico con una
cita literal: «Venezuela se va convirtiendo
no sólo en la gran moneda de cambio de la estabilización de América Latina,
sino en la gran prueba de fuego que determinará quién está dentro y quién fuera
del negocio y del desarrollo futuro en la región.» Afirmación
que se remacha en el párrafo siguiente: «Pero
el Gobierno de Mariano Rajoy no ha tenido la sensibilidad de entender que la
única manera de que las empresas españolas sigan siendo líderes en la América
que habla español es ejercer el liderazgo y después convencer a sus socios
europeos.»
Ejercer el liderazgo significa, en el
contexto, condenar de forma explícita el régimen de Maduro
y conseguir que la UE en peso lo condene. Parece haber alguna relación entre
esa cuestión y el problema de quedar “dentro o fuera del negocio”, de modo que
no queda claro si el objetivo de la condena que se propugna es la defensa de la
libertad, la democracia y los derechos humanos, o bien defender los flujos del
comercio exterior con la región. Tampoco acaba de quedar claro si el proclamado
liderazgo español se refiere a nuestro propio sistema político (habría que
preocuparse en ese caso por la merma de imagen y de autoridad moral derivada de
los procesos por corrupción o de la aprobación de la Ley Mordaza), o bien a los
intereses de las firmas comerciales españolas presentes en Venezuela. Cuando se
sube al púlpito a pontificar, conviene no enredar las churras con las merinas.
Venezuela está de moda en nuestro país. Hace
unos días Mariano Rajoy se refirió al nuevo Ayuntamiento
madrileño como un dron teledirigido desde la gran república sudamericana. Pudo
ser un exabrupto poco meditado y mal medido. Más difícil es explicar a qué fue Felipe González a Caracas, en un viaje relámpago
reiteradamente anunciado, aplazado en varias ocasiones, y finalmente
precipitado en su regreso sin mayores explicaciones.
Mario Vargas Llosa
ha descrito el viaje de González como un gran éxito, «que sirve a la oposición
democrática al chavismo al tiempo que imparte una lección a la izquierda
latinoamericana y europea.» Soy el primero en admirar la capacidad de
fabulación del Nobel peruano, pero una afirmación semejante debería estar
corroborada por algún resultado concreto, para poder ser aceptada en sus
términos. De alguna manera, el artículo de Navalón viene a desmentir el balance
de Vargas Llosa: ni la oposición al chavismo levanta cabeza, ni la Unión
Europea se aviene a condenar ni siquiera retóricamente al régimen venezolano, ni
tampoco avanzan de forma significativa las relaciones comerciales bilaterales con
España ni con el conjunto de Europa.
Sería interesante conocer más a fondo por qué
razón, y por cuenta de quién, fue González a Venezuela. Si fue a hacer política
o propaganda, y en este último caso, propaganda de quién o de qué.