lunes, 22 de junio de 2015

VENEZUELA


Un artículo de Antonio Navalón, hoy en El País, me ha dejado perplejo. El titular es grandilocuente, «Europa fracasa en América», y el subtitular todavía más rotundo, «Miedo a la libertad.» Luego de esos clarinazos iniciales, el artículo no habla tanto de Europa y América como de España y Venezuela. El mensaje en sí y el destinatario del mismo no acaban de estar claros.
Me explico con una cita literal: «Venezuela se va convirtiendo no sólo en la gran moneda de cambio de la estabilización de América Latina, sino en la gran prueba de fuego que determinará quién está dentro y quién fuera del negocio y del desarrollo futuro en la región.» Afirmación que se remacha en el párrafo siguiente: «Pero el Gobierno de Mariano Rajoy no ha tenido la sensibilidad de entender que la única manera de que las empresas españolas sigan siendo líderes en la América que habla español es ejercer el liderazgo y después convencer a sus socios europeos.»
Ejercer el liderazgo significa, en el contexto, condenar de forma explícita el régimen de Maduro y conseguir que la UE en peso lo condene. Parece haber alguna relación entre esa cuestión y el problema de quedar “dentro o fuera del negocio”, de modo que no queda claro si el objetivo de la condena que se propugna es la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos, o bien defender los flujos del comercio exterior con la región. Tampoco acaba de quedar claro si el proclamado liderazgo español se refiere a nuestro propio sistema político (habría que preocuparse en ese caso por la merma de imagen y de autoridad moral derivada de los procesos por corrupción o de la aprobación de la Ley Mordaza), o bien a los intereses de las firmas comerciales españolas presentes en Venezuela. Cuando se sube al púlpito a pontificar, conviene no enredar las churras con las merinas.
Venezuela está de moda en nuestro país. Hace unos días Mariano Rajoy se refirió al nuevo Ayuntamiento madrileño como un dron teledirigido desde la gran república sudamericana. Pudo ser un exabrupto poco meditado y mal medido. Más difícil es explicar a qué fue Felipe González a Caracas, en un viaje relámpago reiteradamente anunciado, aplazado en varias ocasiones, y finalmente precipitado en su regreso sin mayores explicaciones.
Mario Vargas Llosa ha descrito el viaje de González como un gran éxito, «que sirve a la oposición democrática al chavismo al tiempo que imparte una lección a la izquierda latinoamericana y europea.» Soy el primero en admirar la capacidad de fabulación del Nobel peruano, pero una afirmación semejante debería estar corroborada por algún resultado concreto, para poder ser aceptada en sus términos. De alguna manera, el artículo de Navalón viene a desmentir el balance de Vargas Llosa: ni la oposición al chavismo levanta cabeza, ni la Unión Europea se aviene a condenar ni siquiera retóricamente al régimen venezolano, ni tampoco avanzan de forma significativa las relaciones comerciales bilaterales con España ni con el conjunto de Europa.
Sería interesante conocer más a fondo por qué razón, y por cuenta de quién, fue González a Venezuela. Si fue a hacer política o propaganda, y en este último caso, propaganda de quién o de qué.