Carmen y yo somos
asiduos de los conciertos de l’Auditori. En mi caso, la pérdida auditiva ha
multiplicado la añoranza por la gran música oída en directo, lo que me evita las
pequeñas distorsiones generadas en mis audífonos en la reproducción por medios eléctricos.
Es uno de los lujos, pequeños en cuanto
al precio, enormes en la satisfacción que me producen, de los que no estoy
dispuesto a prescindir.
A partir del 30 de
abril nos hemos visto acompañados a la entrada y la salida de las audiciones por
los chicos y chicas del servicio de acomodación y personal de sala, que
montaban mesas de firmas y repartían octavillas sobre la huelga indefinida que
están protagonizando. Además de firmar en solidaridad con sus reivindicaciones
y de aportar pequeños donativos para la caja de resistencia, hemos charlado con
ellos y ellas cuando teníamos algún margen de tiempo antes del inicio del concierto.
Much@s son estudiantes de música, gente con simpatía y predisposición
hacia quienes formamos los auditorios habituales de esas expresiones
artísticas.
El sábado 9 de mayo,
en un concierto de la OBC, después de que dos huelguistas colocados delante del
escenario mostrasen durante un tiempo muy breve una pancarta en demanda de
solidaridad, un responsable de la empresa salió al proscenio con la intención
de pedirnos “disculpas” por la situación. Fue abucheado ruidosamente por toda
la sala y desapareció sin llegar a explicarse. El jueves siguiente los mossos realizaron una exhibición
innecesaria de músculo contra un piquete pacífico. Una trabajadora fue
despedida, acusada de violencia.
A partir del 4 de
junio la huelga indefinida se ha extendido de l’Auditori al Gran Teatre del Liceu.
El sindicato que organiza esa resistencia tenaz es el SUT (Solidaridad y Unidad
de los Trabajadores), más en concreto la sección sindical de Manpower Group
Solutions, una empresa de trabajo temporal.
El servicio de
acomodación no ha sido objeto de ninguna clase de suplencia durante la huelga;
quienes guardan la entrada son personas de uniforme de una compañía privada de seguridad,
que echan un vistazo distraído a las entradas que les enseñamos. Nadie guía a
los espectadores en el interior, cada cual busca su butaca y se acomoda por sus
propios medios. No sé de qué modo resolverían los empleados de seguridad posibles
conflictos, porque quienes acudimos a ese tipo de actos somos por lo general personas
altamente civilizadas, con tendencia a ayudar a quien se haya perdido o haya
sufrido algún percance o problema.
La cuestión de
fondo en este caso es la adjudicación por la empresa del servicio a través de
unas subcontratas anuales o bianuales a las que concurren diversas ETTs que
compiten entre ellas presentando presupuestos más y más bajos. Lo cual ha llevado
a una degradación acelerada de la prestación: en los cinco últimos años la
presencia de acomodadores en las salas se había reducido en un 62%, las jornadas
se limitaban a hora y media escasa, y los salarios se habían empequeñecido incluso
más en proporción. Esas no son condiciones de trabajo, ni dignas ni indignas:
son simple desvergüenza.
El asunto me ha
hecho recordar una observación del profesor Vicenç
Navarro, que señala la creación de desempleo como una estrategia
neoliberal. He dicho bien: creación de desempleo, no de empleo.
Me refiero a la falsa
paradoja de facilitar a los empresarios el despido como medio sedicente para crear
empleo. No se trata de un arte de birlibirloque, hay una coherencia de fondo en
el asunto que se resume para el empleador en la famosa frase de “El padrino”:
«Voy a hacerte una propuesta que no vas a poder rechazar.»
El subempleo infraasalariado
e infracualificado como ejército permanente de reserva es un submundo prodigiosamente
rentable para los dadores de empleo porque facilita el recambio permanente de
fuerza de trabajo “abstracta”, minimizando los costes. En condiciones de pleno
empleo o de bajo nivel de desempleo, ese recambio permanente no es posible, o por
lo menos no es posible a costes tan bajos. Esa es la razón última que conduce a
crear desempleo. A la larga renta, y además los minijobs salen resultones en las estadísticas, puesto que computan
en ellas igual que un empleo fijo.
El Liceu y l’Auditori
son, aparte otras consideraciones, entidades ciudadanas ligadas al prestigio
cultural de Barcelona y que reciben por ello algún tipo de financiación o
subvención del Ayuntamiento. Sin pretender ni mucho menos agobiar a nuestra
nueva alcaldesa y a su equipo de gobierno, me atrevo a pedirles que dediquen
alguna atención a este problema, menor en relación con otros muchos que tienen
sobre la mesa, pero también sin duda más fácil de solucionar.