En el blog hermano Metiendo Bulla se ha empezado a publicar, en traducción de Javier Aristu, una muy importante conferencia impartida por Bruno Trentin en Turín en el año 1997, en torno a una lectura actual del pensamiento y la acción de Antonio Gramsci. He sido invitado a participar en la publicación de esa primicia con comentarios propios, y cuento con hacer amplio uso de tan alto privilegio. El lector queda emplazado a consultar el texto de Trentin, con el añadido de otras opiniones, en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/06/releer-trentin-releer-gramsci.html
En esta bitácora, que tiene un carácter más
personal, publicaré únicamente mis propias aportaciones. Esta es la primera:
Querido José Luis,
Para empezar, Bruno
no se anda con rodeos, aunque sí con cautelas. Tres paradojas, que tendrán
luego su explicación reposada, y un gran interrogante. Ese interrogante es
esencial, está en la base de toda la actividad política y sindical de Trentin,
es el núcleo duro del que parte “La ciudad del trabajo”. Debe ser presentado al
oyente (estamos en la sala de actos del Istituto Gramsci de Turín, “La ciudad…”
todavía no ha sido publicada) con toda la solemnidad adecuada al momento, y con
toda la carga de pasión acumulada a lo largo de una trayectoria vital
impregnada de compromiso y de lucha en favor de esa idea precisa.
Observemos al
detalle la morfología de la pregunta que formula (que se formula) Trentin. Nada
de carga frontal sobre las posiciones enemigas; se diría una trasposición de la
estrategia de la guerra de posiciones. La pregunta se insinúa poco a poco entre
fintas, escaramuzas y flanqueos para tomar casamatas intermedias, para aislar objetivos
secundarios. Empieza con una frase condicional, y sigue en modo subjuntivo: «Pero si admitimos como cierta, aunque sea solo
parcialmente, la segunda de las respuestas posibles, ¿no deberíamos entonces
pensar…?»
Así avanza demoradamente
la pregunta, entre paréntesis e incisos, hasta concretarse en un estallido
lúcido, en un fuego graneado: «… como una de las
grandes cuestiones centrales de la polis, de la política y de la ciudad,
entendida esta como el lugar sin límites donde se definen las relaciones que
tutelan y vinculan a tantos seres diferentes que viven en comunidad?»
Simplificando, esto es lo que
pregunta Trentin: ¿por qué las organizaciones y los movimientos que se reclaman
de la izquierda han descartado repetidamente, con tozudez, con contumacia,
situar el trabajo (quedará mejor con mayúscula: el Trabajo) como un elemento
central y vertebrador de la polis y
de la ciudad, es decir de la política y la ciudadanía?
Esa operación, sostiene Trentin, era
factible incluso cuando el sistema de producción fordista no había iniciado aún
su decadencia irreversible. No es que entonces no fuera oportuna, y a partir de
cierto momento sí quepa ya plantearla. En el corazón del fordismo-taylorismo,
bajo la tutela hegemónica del Estado social o del bienestar, siguió siendo
posible plantear como un tema político de fondo la cuestión del trabajo, de la
cultura en el trabajo, de los derechos de ciudadanía inherentes al trabajo. Fue
una cuestión que se obvió o se dio por descontada con demasiada ligereza, pero
que siguió siempre abierta, a pesar de todo, señala Trentin. Y eso por una
razón principal: porque «las
potencialidades creativas todavía siguen inscritas en los genes de las fuerzas
productivas cuyo desarrollo habría tenido que conducirnos a los umbrales del
socialismo.»
Las tres paradojas señaladas por
Trentin siguen hoy vivas.
Una, el sistema fordista es pura
ruina, pero el taylorismo se ha encaramado sobre la innovación tecnológica, y
mantiene vigente un sistema productivo basado en la separación tajante entre
quienes piensan y quienes ejecutan; entre una minoría acaparadora del poder y
una mayoría indistinta, sin cualidades, mera fuerza de trabajo abstracta,
intercambiable ad libitum sin merma
del resultado.
Dos, la innovación ha hecho presa en
el cuerpo de la sociedad, sin que la esfera de la política se haya dado por
enterada de tal cosa. Ya no es que la democracia se haya detenido a las puertas
de las fábricas; con la implosión del centro de trabajo y su
multifragmentación, ahora el retroceso de la democracia se ha extendido a todos
los ámbitos de la vida social; y la ciudadanía, como condición de los hombres y
las mujeres que interactúan en el espacio “sin límites” de la ciudad, se diluye
sin remedio en un común desamparo y un progresivo aislamiento frente a las
instancias de un poder omnímodo.
Tres, las asociaciones de la izquierda,
partidos y sindicatos, creen aún – más que antes, si cabe – en los poderes
taumatúrgicos del Estado, en su condición de sujeto político por excelencia (de
“único” sujeto político posible, cabría afirmar), e incluso en la capacidad de
la política “en el Estado” para “crear” a la sociedad civil, que queda
totalmente subordinada a la instancia superior.
La «revolución pasiva» parece
haberse ahondado desde la época en la que Trentin escribió el texto que
comentamos. Y el mensaje urgente que nos envía ese texto es la necesidad de que
las izquierdas cuenten con una teoría coherente del Estado y con una teoría del
Trabajo que sirva de fundamento a la anterior.
O al menos, así me lo parece.