El otro día les
hablé, de refilón y a propósito de una cuestión distinta, del estreno de
nuestras chicas en el Mundial de fútbol femenino. La cosa ha terminado mal.
Eliminadas en su grupo con un empate y dos derrotas, y con una carta abierta firmada
por las 23 en la que se quejan de las deficiencias de preparación que les han
impedido llegar más lejos.
Se trata de un tema
menor, me dirán ustedes. De acuerdo, pero si hemos de esperar a que todos los
temas mayores avancen viento en popa para empezar a preocuparnos por las
menudencias, nos dará la intemerata antes de poner remedio a cosas que lo
tienen.
Ignacio Quereda,
seleccionador de las féminas españolas desde hace 27 años, está preocupado por
esa carta de protesta. No la entiende, porque todo había ido como una balsa de
aceite. Se siente satisfecho a medias también con el resultado obtenido, con
una sensación «agridulce». El problema de no haber llegado más lejos está para
él en algo muy sencillo: «La pelota no
quiso entrar.» Deficiencias de preparación no cree que haya habido, puesto
que la Federación puso en sus manos todo lo que él pidió. Árnica, supongo, agua milagrosa, espinilleras
y gomas para recoger las melenas en trenzas o cola de caballo.
Quereda se esforzó
ante los periodistas en elogiar el comportamiento impecable del presidente de
la Federación de Fútbol, Ángel María Villar. Villar lleva tantos años como
Quereda al frente del fútbol español; ni uno ni otro tienen intención de
dimitir. En su opinión, lo están haciendo muy bien. En el caso del Mundial
femenino, han cubierto el expediente de forma airosa, ¿por qué entonces se les
reclaman responsabilidades? Villar es uña y carne con Sepp Blatter, presidente de
la FIFA dimitido después de que se conociesen historias feas de corrupción. No
voy a tocar esa cuestión, solo pretendo centrarme en el caso del seleccionador
y de las 23 seleccionadas.
Dicen las chicas
que llegaron a Canadá sin tiempo para aclimatarse antes del primer partido, sin
amistosos de preparación, sin estar en una condición física adecuada. En este
último tema, Quereda parece darles la razón. «Nuestra
condición física respecto a otras selecciones es inferior. La Federación no
tiene nada que ver en eso y yo no entiendo nada. La responsabilidad es
absolutamente mía.» No quiero hacer sangre en relación con
ese «yo no entiendo nada»; puede que se haya querido referir a otra cosa.
El problema de fondo es el talento malogrado
debido a un enfoque federativo rutinario. Yo empecé a interesarme en el fútbol
femenino debido a una jugada que pasaron repetida varias veces en las
telenoticias. En una final de la Copa de la Reina, hará un par de años, Alexia
Putellas, jugadora del FC Barcelona, escorada con el balón en la banda derecha,
se deshizo de su marcadora con una croqueta, dejó atrás con un regate seco a
otra defensa, sentó en el suelo con una finta a la guardameta, que había salido
a cubrir puerta, y poco menos que se metió ella misma en la portería detrás de
la pelota.
Alexia no era la figura del equipo. Contó en
una entrevista su emoción por la trascendencia de su gol en los medios, y la
feliz circunstancia de que hubiera ocurrido en una final de copa con 5.000
espectadores (?), cuando la asistencia normal a sus partidos era de 50
personas.
Alexia estuvo en la selección de Quereda, con
jugadoras de categoría más contrastada como Vero Boquete, Natalia, Vicky, Jenny
Hermoso, Sonia Bermúdez o Marta Corredera. Grandes jugadoras de las que debió
sacarse mejor partido con una pizca de voluntad y de profesionalidad por parte
de los estamentos.
En otros deportes se ha demostrado la
competitividad de las mujeres españolas en el ámbito internacional, su
capacidad de superación y su falta de complejos. En atletismo, son ya varios
años en los que los resultados femeninos son consistentemente mejores que los
masculinos; en natación, ellas son prácticamente las únicas que compiten; en
baloncesto, balonmano, waterpolo, hockey, están cuando menos a la altura de los
varones. La carta abierta de las 23 demuestra que nuestras futbolistas tienen
el mismo orgullo y la misma conciencia de su valía que otras compañeras
deportistas.
Es lamentable que su esfuerzo y sus
cualidades se hayan malogrado en una ocasión tan señalada.