Hay un sesgo
perverso en el comportamiento de la economía neoliberal que consiste en abordar los problemas colectivos
desde la óptica particular del beneficio privado. De este modo los problemas se
agravan tendencialmente en lugar de arreglarse, pero en el proceso dejan
ganancias sustanciosas en algunos bolsillos privilegiados.
Así sucede en
particular con la educación, un territorio en el que muchos celebraríamos con
alborozo la marcha del ministro José Ignacio Wert,
de no ser por el marrón mayúsculo que nos ha legado antes de hacer ¡por fin! las
maletas.
Tomo como base de
mi argumentación dos estadísticas y una declaración oficial, todo ello tomado
de las páginas nada sospechosas de nuestro “caro diario” global.
Primera
estadística. “Situación de los becarios en la UE” (El País 29/5). En España
el 67% de las personas tituladas han realizado prácticas en empresas como
becari@s al concluir sus estudios (Eslovenia, 68%, es el único país que nos
supera en ese concepto). Sin embargo, solo el 29% recibió una remuneración
económica estimada como suficiente para cubrir sus necesidades básicas (a la
cola absoluta de la UE). Nada menos que el 21% (también en la cola de la UE,
son notablemente mejores los porcentajes de Grecia, de Portugal, de Irlanda, de
Polonia) nunca contó con una persona que monitorizase su trabajo. Pura y
sencillamente ejercieron de currantes, de fuerza abstracta de trabajo nada o
poco remunerada en beneficio exclusivo del empleador.
Segunda
estadística. Nos la ofrece Milagros Pérez Oliva
bajo el titular “20 millones de jóvenes fuera del radar laboral” (EP 1/6). Se trata
de los jóvenes entre los 16 y 29 años que carecen de habilidades en el uso de
ordenadores para tareas laborales. Son casi el 50%, dice Milagros, en España, el
penúltimo lugar entre los países de la OCDE, solo por delante de Italia. Y
aporta este otro dato: «Solo el 40% de los
titulados universitarios que trabajan lo hacen en empleos acordes con sus
estudios.» Conclusión: «En realidad
de lo que nos hablan estas estadísticas es de nuestra ceguera colectiva.
Porque, como dice Alain Touraine, ¿qué esperanza en el futuro demuestra una
sociedad que excluye por completo a una parte tan importante de quienes tienen
que construir ese futuro?»
Ceguera colectiva,
sí. Pero también puede personalizarse un poco, esa ceguera. Un ejemplo ilustre
lo ofrece el ministro de Economía español, Luis de Guindos,
en su intervención en la XXXI Reunión del Círculo de Economía en Sitges. He aquí
el titular en la prensa: «El mayor riesgo
es revertir las reformas.»
¿Riesgo para quién,
señor ministro?
La economía
neoliberal practica una torsión deliberada de lo que es humano (la vida, el
trabajo), para someterlo a la lógica deshumanizadora del enriquecimiento
privado. Se trata de una operación tóxica, que coloca a las personas ante un
reto diario insoslayable para su supervivencia física; un reto que, si no
logran solucionarlo de forma satisfactoria (y son millones los que no lo
logran), repercute en una degradación todavía mayor de sus expectativas y en la
pérdida irremisible de su autoestima.
Karl Marx expresaba en 1844 esa subversión lógica, esa
agresión premeditada a la naturaleza humana por parte del capital, de la forma
siguiente: «El trabajo, la actividad
vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre solo como un
medio para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad de mantener la
existencia física. La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la
vida que crea vida… La actividad libre, consciente, es el carácter genérico del
hombre. La vida misma aparece solo como medio de vida.» (Manuscritos, Alianza Editorial 1968.
Trad., Francisco Rubio Llorente. Los subrayados son del propio Marx.)