sábado, 13 de junio de 2015

«SI LAS CRITICO, LLORAN»


El machismo rampante está de enhorabuena: tres altos responsables públicos de actividades muy diferentes han dejado en los últimos días el testimonio inapreciable de su desdén hacia lo que sin duda siguen considerando – en la intimidad – el “sexo débil”. Sus declaraciones resultan aleccionadoras. Las reproduciré sin dar sus nombres, siguiendo la máxima piadosa de decir el pecado pero no el pecador.
Primero tenemos a un alto cargo deportivo internacional. Se está celebrando el Campeonato Mundial femenino de fútbol, y la organización recibió varias quejas. La más importante se refería a los campos de juego, de césped artificial, algo que jamás se ha tolerado en las competiciones masculinas de primer nivel. Otras críticas se centraban en los alojamientos, los medios de transporte, etc., todo ello de calidad cuestionable. Cuando fue informado del asunto, el antedicho mandatario vino a decir lo siguiente: «No estoy dispuesto a gastar más dinero para cuatro lesbianas.»
Uno se pregunta qué relación tienen las preferencias sexuales con las condiciones de un evento deportivo. Queda también por averiguar si la actitud del gerifalte habría cambiado en el caso de que las lesbianas fueran veintisiete, por poner un ejemplo, en lugar de cuatro. La consecuencia principal de la tremolina no ha sido la mejora de las instalaciones, sino que se haya implantado en los Campeonatos un control de sexo de las participantes. Como quien dice, una humillación añadida.
Por cierto, las chicas de la selección española se han clasificado por primera vez para una competición de esta categoría. Es una ocasión histórica, aunque la atención de los medios nacionales prefiera detenerse en otros asuntos. Desde aquí les deseo a todas que lleguen lo más lejos posible en esta fantástica aventura.
El segundo caso es el de un científico, galardonado años atrás con el premio Nobel de su especialidad. En el curso de una conferencia, explicó así las complicaciones que trae la convivencia de personas de los dos sexos en un laboratorio: «Yo me enamoro de ellas, ellas se enamoran de mí, y si las critico, lloran.»
Un científico debería ser más preciso en sus afirmaciones. Este en concreto ha universalizado conductas que afectan seguramente a “algunas” mujeres, no a “todas” las mujeres como género. Se habrá enamorado de algunas, algunas se habrán enamorado de él, y algunas se habrán echado a llorar al oír sus críticas. Otras, no, pondría la mano en el fuego. Si en lugar de mujeres habláramos de varones en el laboratorio, y limitándonos a las llantinas para no entrar en honduras de un orden distinto, seguro que también algunos le han llorado. Y otros no. El lagrimeo no es exclusivo de la condición femenina.
Lo que sí es seguro es que, dado el caso de una jefa y un subordinado varón, este (salvo remotas excepciones) no se echará a llorar si aquella le critica su trabajo. Va en ello el orgullo viril. También es prácticamente seguro que más de uno reaccionará a la reprimenda comentando luego con los compañeros: «Lo que está necesitando esa guarra pedorra es un buen polvo.» Las cosas de la vida, no nos hagamos ilusiones, son así, nos gusten o no nos gusten.
El tercer caso es el de un alcalde que perdió recientemente las elecciones. En una entrevista le preguntaron cómo pensaba que lo haría la cabeza de lista de la opción ganadora, una mujer. Y él contestó: «Supongo que lo hará bien, porque es muy mandona.» El machismo en este caso es un poco más sutil: se basa en la apreciación subyacente de que lo natural en cualquier terreno de lo público es que quien mande sea un varón, y no una mujer, dado que la mujer (por lo menos la mujer como dios manda) es sumisa por naturaleza.
Cierto que el hombre podía además sentirse algo escocido por el hecho de que su previsible sucesora le había obligado a paralizar la firma de cuatro grandes contratos municipales, que él pretendía ultimar aprovechando el tiempo en que seguía aún de alcalde en funciones.
Queridas compañeras feministas, ¡cuánto trabajo aún por hacer!