miércoles, 10 de junio de 2015

EL DISCRETO ENCANTO DE ALBERT


En un mapa político fragmentado, ausentes en casi todas partes las mayorías suficientes y no digamos ya las absolutas, los pactos de gobierno y/o de investidura se están configurando como una especie de “segunda vuelta” capaz de modificar de forma significativa los resultados electorales.
Por lo que se va viendo, el PP por la derecha y Podemos por la izquierda se verán infrarrepresentados en los gobiernos autonómicos respecto de los votos reales que obtuvieron; en tanto que PSOE y Ciudadanos se encuentran en la posición contraria: los pactos van a darles una influencia mayor de la que les concedió el veredicto de las urnas.
Son gajes del oficio de la política, y de nada vale quejarse. El PP pagará caro el delirio de grandezas de haberse identificado con el estado, con la nación, con la mayoría silenciosa, con el altar y el trono, durante un cuatrienio no solo difícil en sí mismo, sino en el que ha actuado con una prepotencia, un talante despótico y una torpeza que difícilmente serán olvidadas. Podemos nació con la vocación rupturista de propiciar un vuelco total en el tablero político y se ha quedado menos que a medias, de modo que es normal que en el vodevil actual de pactos coyunturales no se mueva con la flexibilidad de cintura de otros candidatos más hábiles en la filigrana. Por paradoja, sus mejores éxitos se encuentran en lugares donde no se ha presentado con sus siglas.
En el otro platillo de la balanza, el PSOE ha dado un desmentido a quienes lo consideraban un caballo muerto después de la debacle de 2011. Sus resultados en las urnas no han sido especialmente buenos, pero sus muchas segundas posiciones lo han dejado en la situación de interlocutor indispensable para cualquier solución de gobierno posible.
Y queda el caso de Ciudadanos. El partido liderado por Albert Rivera ha sido el peor parado en las urnas de los cuatro de cabeza. En varias autonomías sus diputados electos resultan irrelevantes para la conformación de mayorías de gobierno. Sin embargo, ha sido capaz de dar dos buenos bocados: se ha anticipado a todos para respaldar a la socialista Susana en Andalucía, y a la popular Cristina en Madrid. No ha visto incoherencia en esa doble opción, y tampoco lo ha hecho nuestro benemérito periódico global, “El Statu Quo”, que esta mañana le ha dedicado un editorial laudatorio titulado “Dejar gobernar”.
Se alaba de Rivera su pragmatismo, su campaña firme en favor de la limpieza de la política de corruptos, y su capacidad para orientarse tanto hacia la izquierda como hacia la derecha en función de las complejidades de las mayorías y las minorías presentes en cada lugar concreto. Pero si examinamos las cosas un poco más de cerca, veremos algo más. Es un valedor, sí, del viejo bipartidismo, y ha repartido sus favores entre las dos opciones. Pero ahí están plantadas sus líneas rojas. “Sí” a Susana y a Cristina, “No” a Ada y a Manuela. En ningún territorio donde podía ayudar a Podemos o a otras fuerzas de izquierda a conformar una alternativa, lo ha hecho tampoco.
Ni lo hará. Su único esfuerzo para rechazar la etiqueta de marca blanca del PP ha consistido en prestar apoyo, puntual y desde fuera, al otro polo del establishment político anterior. Más allá no irá. Estamos hablando de una opción característicamente “de orden”, sin un proyecto propio y sin pretensión de ocupar las candilejas de la escena, sino más bien de permanecer en sfumato, en disposición de echar una mano cuando interese, por los alrededores de los lugares donde se cuecen las habas.
Algunos comentaristas políticos comparan a Ciudadanos con la UCD de Suárez. Hay alguna posible analogía, del todo secundaria, en la forma de construir de la nada y en tiempo récord un partido de aluvión. Las personalidades de los dos políticos, en cambio, no pueden ser más diferentes. Adolfo Suárez fue ambicioso, atrevido, seductor, magnético. Lideró el cambio desde la caverna hasta la democracia. Concibió un plan y se sintió a gusto explicándolo a la nación en intervenciones televisadas que tuvieron una repercusión en la ciudadanía no igualada hasta el presente. Echó pulsos a todo el que se le puso por delante. Los ganó o los perdió, eso es otra cosa, pero los peleó.
Compárenlo ustedes con el discreto encanto y la ambigüedad sonriente de Albert Rivera en sus apariciones mediáticas, y saquen ustedes mismos sus conclusiones.