Parece que el
entremés jocoso de los pactos autonómicos se aproxima a un desenlace, después
de haberse alargado bastante más de lo debido, como constatación general y
señaladamente en Andalucía. Mi amigo Javier Aristu
ha apuntado la sugerencia sensata de que, si fracasa el último intento de
acuerdo y los andaluces se ven obligados a volver a las urnas, las principales
fuerzas políticas harían bien en nombrar otros cabezas de lista, con la condición
nueva de que tengan una edad superior a los sesenta años. La veteranía no lo
resuelve todo, argumenta, pero ayuda a conocer el punto más practicable para
vadear el río.
Los resultados que
conformarán el nuevo mapa autonómico no están cantados aún. Es más, no faltan
rumores de posibles sorpresas morrocotudas en las correlaciones de fuerzas de
algunos lugares. Parece existir de nuevo alguna tentación difusa de proceder a una
“segunda vuelta” electoral tratando de ganar ahora el voto de diputados electos
para una opción distinta de la que les presentó en su lista. Se resucita el
espectro del “tamayazo”. Esperemos que no sea así por la salud de la tan prometida
regeneración democrática de nuestro país, y que todos los partidos con opciones
de gobierno se conformen en la cuestión de los pactos a la sabia norma
manriqueña: «Mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar.»
Pedro
Sánchez se reunió con Pablo Iglesias en el reservado de un restaurante, para
despejar el camino a posibles entendimientos. Dicen que no llegaron lejos por
ese camino y acordaron delegar la gestión de posibles acuerdos en sus baronías
autonómicas. Un resultado tan desabrido como el almuerzo que compartieron:
pescado para uno, tortilla francesa para el otro, y una ensalada entre los dos.
La tortilla llamada
francesa (en la familia de mi mujer la llaman “viuda”) es uno de los recursos
más desoladores de la cocina universal. Los huevos son de tal naturaleza que ganan
si se les añade algún otro ingrediente apetitoso. Casi todo vale en ese intento.
Recuerdo haber leído hace muchos años de alguien que llegó a un mesón vasco y
pidió al patrón de qué podían hacerle una tortilla. «De lo que usted quiera,
jamón, chorizo, bacalao, pimientos…» «¿Puede ser de gambas?», preguntó el
cliente caprichoso. «No, de mariconadas no hacemos tortillas», zanjó el patrón.
Aunque fuera de
gambas, la tortilla del pacto ya habría sido otra cosa, a lo mejor habría
mejorado el resultado de la conversación. Y ha quedado en la sombra un tema
fundamental, que ha provocado la curiosidad de otro amigo, José Luis López Bulla. Sabemos lo que comieron Sánchez
e Iglesias, pero no lo que bebieron. ¿Vino, cerveza, agua, cocacola? La
ciudadanía tiene derecho a saberlo todo hasta el menor detalle: si fue agua de
Lanjarón o de Solares, si vino de esta u otra denominación de origen, si de
esta añada o de la otra, cuántas veces vaciaron el vaso ambos líderes y lo
llenaron de nuevo.
No son cuestiones
baladíes, el trayecto para llegar a pactos de gobierno o, en tono menor, de
investidura, debe estudiarse con la atención con que los jefes de los equipos ciclistas
estudian el trazado de una etapa alpina del Tour. Cualquier traspié puede dar
al traste con el maillot amarillo que se ambiciona. El vino es un elemento
estimulante y cordial que ayuda a acortar las distancias iniciales entre comensales
reticentes. Recuerdo una vieja canción de taberna de mis años mozos:
Cada vez que te emborrachas,
Manuel,
Tú vienes en busca mía,
Manuel.
Ojalá te emborracharas,
Manuel,
A todas horas del día,
Manuel.
Sin caer en excesos
ni demasías reprobables, puede que esa sea la medicina que necesitan nuestros jóvenes
líderes noveles para relajar ese nerviosismo paralizador que les invade a
la hora de pactar.