martes, 9 de junio de 2015

VIRTUDES POLÍTICAS DEL VINO


Parece que el entremés jocoso de los pactos autonómicos se aproxima a un desenlace, después de haberse alargado bastante más de lo debido, como constatación general y señaladamente en Andalucía. Mi amigo Javier Aristu ha apuntado la sugerencia sensata de que, si fracasa el último intento de acuerdo y los andaluces se ven obligados a volver a las urnas, las principales fuerzas políticas harían bien en nombrar otros cabezas de lista, con la condición nueva de que tengan una edad superior a los sesenta años. La veteranía no lo resuelve todo, argumenta, pero ayuda a conocer el punto más practicable para vadear el río.
Los resultados que conformarán el nuevo mapa autonómico no están cantados aún. Es más, no faltan rumores de posibles sorpresas morrocotudas en las correlaciones de fuerzas de algunos lugares. Parece existir de nuevo alguna tentación difusa de proceder a una “segunda vuelta” electoral tratando de ganar ahora el voto de diputados electos para una opción distinta de la que les presentó en su lista. Se resucita el espectro del “tamayazo”. Esperemos que no sea así por la salud de la tan prometida regeneración democrática de nuestro país, y que todos los partidos con opciones de gobierno se conformen en la cuestión de los pactos a la sabia norma manriqueña: «Mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar.»
Pedro Sánchez se reunió con Pablo Iglesias en el reservado de un restaurante, para despejar el camino a posibles entendimientos. Dicen que no llegaron lejos por ese camino y acordaron delegar la gestión de posibles acuerdos en sus baronías autonómicas. Un resultado tan desabrido como el almuerzo que compartieron: pescado para uno, tortilla francesa para el otro, y una ensalada entre los dos.
La tortilla llamada francesa (en la familia de mi mujer la llaman “viuda”) es uno de los recursos más desoladores de la cocina universal. Los huevos son de tal naturaleza que ganan si se les añade algún otro ingrediente apetitoso. Casi todo vale en ese intento. Recuerdo haber leído hace muchos años de alguien que llegó a un mesón vasco y pidió al patrón de qué podían hacerle una tortilla. «De lo que usted quiera, jamón, chorizo, bacalao, pimientos…» «¿Puede ser de gambas?», preguntó el cliente caprichoso. «No, de mariconadas no hacemos tortillas», zanjó el patrón.
Aunque fuera de gambas, la tortilla del pacto ya habría sido otra cosa, a lo mejor habría mejorado el resultado de la conversación. Y ha quedado en la sombra un tema fundamental, que ha provocado la curiosidad de otro amigo, José Luis López Bulla. Sabemos lo que comieron Sánchez e Iglesias, pero no lo que bebieron. ¿Vino, cerveza, agua, cocacola? La ciudadanía tiene derecho a saberlo todo hasta el menor detalle: si fue agua de Lanjarón o de Solares, si vino de esta u otra denominación de origen, si de esta añada o de la otra, cuántas veces vaciaron el vaso ambos líderes y lo llenaron de nuevo.
No son cuestiones baladíes, el trayecto para llegar a pactos de gobierno o, en tono menor, de investidura, debe estudiarse con la atención con que los jefes de los equipos ciclistas estudian el trazado de una etapa alpina del Tour. Cualquier traspié puede dar al traste con el maillot amarillo que se ambiciona. El vino es un elemento estimulante y cordial que ayuda a acortar las distancias iniciales entre comensales reticentes. Recuerdo una vieja canción de taberna de mis años mozos:
Cada vez que te emborrachas,

Manuel,

Tú vienes en busca mía,

Manuel.

Ojalá te emborracharas,

Manuel,

A todas horas del día,

Manuel.

Sin caer en excesos ni demasías reprobables, puede que esa sea la medicina que necesitan nuestros jóvenes líderes noveles para relajar ese nerviosismo paralizador que les invade a la hora de pactar.