Estoy de nuevo en
Grecia. En el momento de despegar el avión existían, según los arúspices, grandes
posibilidades de acuerdo en el Eurogrupo, y las bolsas europeas subían como la
espuma. Consumado el descenso a tierra, las cosas siguen tan mal como estaban o
peor, y las cotizaciones retroceden. El ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble ha dicho entre medias que la última propuesta
griega es un paso atrás, y que ahora es más difícil que nunca el preceptivo
visto bueno de la Unión Europea.
He tanteado los
ánimos de mi familia griega, y noto que no ha aumentado tanto la indignación
como el fatalismo. Las cosas tomarán un rumbo u otro, dicen, pero no depende ya
de Tsipras ni de Varoufakis,
y además quedarse o salirse del euro no será tan diferente. Dentro o fuera las
normas son las mismas, los bancos se comportan de forma parecida, las
autoridades monetarias imponen la misma austeridad a los pobres y toleran el
mismo desenfreno de los ricos. El Grexit no ayudará a conjurar el Brexit, argumentan; más bien al contrario, los
euroescépticos crecerán en todas partes. Y nadie, a excepción de los jefes del
Bundesbank, va a entender las razones arcanas del cabreo moruno del ciudadano
Schäuble, que truena como si fuera el mismísimo Jehová en la cumbre del Sinaí.
Lo que le ocurre a
Grecia ya le pasó a Edipo. Mató a su padre y se
folló a su madre, vaya, eso no está ni medio bien, pero es que no sabía quiénes
eran, nadie se lo había dicho. Le jugaron entre todos una mala pasada al ocultarle
información sensible. Eso también habría que tenerlo en cuenta ¿no? Pues no,
las Furias se le echaron encima como lobas, dispuestas a descuartizarlo y esparcir
sus restos por el monte. Y eso que él se había sacado los ojos, decidido a no
ver por más tiempo el mundo horroroso en el que vivía.
Pero ni así
apaciguó a las Furias. Las Furias, es decir: Lagarde,
Schäuble, Draghi, Dijsselbloem, De Guindos. Pueden ir añadiendo nombres,
por ejemplo el de Luis María Linde, gobernador
del Banco de España, que se sale ahora con la petenera de la quiebra inevitable
del sistema de pensiones y alerta al pobrerío en general de que cotizar en la
seguridad social no va a salvar a nadie de la quema.
«¡Los pobres sois
culpables, aunque no sepáis por qué!», claman los ricos poseídos por las
Furias. «¡Vaya cara, ir a pedir a los ricos que os saquen las castañas del
fuego! ¡Espabilad! ¡Los ricos tienen otros problemas!»
En resumidas
cuentas, lo que ocurra el próximo 30 de junio no va a tener tanta trascendencia.
Si Grecia sale del club del euro, será la catástrofe, la devaluación, la caída
en el abismo de la miseria social. Pero si se aceptan las condiciones de Schäuble,
el resultado será el mismo, por otras vías.
Y lo que vale para
Grecia, vale para el resto de la cofradía, y desde luego también para España.
Los jerarcas del FMI nos lo han recordado con escasa amabilidad hace pocos
meses. El gobernador señor Linde ha vuelto a decirlo hace nada, con modales que
van desde la impertinencia hasta el humor negro tan viral en las polémicas de
las redes sociales, en los tiempos que corren.
Si esto sigue así,
habrá que colgar en el frontispicio de la Unión Europea un cartel con aquel
verso del Dante: «Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.»