Conocemos de una
forma aproximadamente completa el programa del partido gobernante en España
para la próxima legislatura, tanto en la política referida al trabajo como en
la cultural. Ha avisado en todos los tonos posibles de que va a seguir el mismo
rumbo marcado por la etapa actual, con la intención de «sacar» el país de una «crisis»,
la cual sin embargo considera que ha quedado ya «atrás».
El Partido Popular
se compromete a crear 20 millones de empleos en tres años. Suena bien. Sin embargo,
esa millonada de nuevos “empleos” no va a significar, como podría parecer a
algún alucinado, que se alcance el pleno empleo. En ningún momento se ha aventurado
tal promesa. De hecho, las previsiones macroeconómicas indican que en los tres
próximos años, yendo las cosas bien, el desempleo se mantendrá más o menos en los
niveles actuales. Quiere decirse que los tales “empleos” de que hablan los populares serán en rigor no
puestos de trabajo sino contrataciones o subcontrataciones temporales,
estacionales, a tiempo parcial, por obra, por día, etc., sujetas al marco de una
reforma laboral debidamente constitucionalizada por los tribunales y que tal
vez se “amplíe” y se “profundice”, y remuneradas con salarios medios insuficientes para
alcanzar por sí solos el nivel homologado internacionalmente como mínimo para
la subsistencia.
En síntesis,
empleos basura con salarios basura. La pretensión de incorporar a tales
ocupaciones un ingrediente cultural que mejore la comprensión global, por parte
del trabajador, del mundo que está contribuyendo a construir, es pedir
gollerías. Estamos hablando de un conjunto asalariado dominado (sin que la
siguiente enumeración implique desdoro para nadie) por los peones de la
construcción, los camareros de chiringuito playero, el personal de limpieza,
los repartidores de pizzas a domicilio y las acompañantes de barra de bar en
los clubes nocturnos.
La política
cultural promovida por el gobierno, en consecuencia, se encamina a otros
derroteros. En síntesis, sus diferentes planos se resumen como sigue: 1) Degradación
de la educación pública a través de recortes drásticos en los presupuestos,
combinada con la promoción, a través de incentivos varios, de colegios y universidades
privados, confesionales, de pago y elitistas, de modo que aseguren no más
libertad, sino más ideología basada en la perpetuación de las desigualdades de
renta y de cultura. 2) Enfeudamiento de la información, a fin de asegurar la
docilidad de los medios masivos, los mass
media, a los intereses, las indicaciones y las sugerencias de los centros
neurálgicos del poder económico. Los profesionales del periodismo que mantienen
intacta su vocación de servicio al público a pesar de unos emolumentos en marcado
declive, protestan de forma cíclica y empecinada contra ese enjaulamiento de su
actividad; pero sus protestas serán inútiles si no calan en la ciudadanía como
conciencia del derecho y el deber a informar y ser informados de forma veraz y
completa, y si no promueven iniciativas novedosas en los partidos que aspiran a
cambiar la relación existente entre la política y las estructuras de poder. 3)
Recorte de las subvenciones e imposición de tipos altos de IVA a los productos,
las manifestaciones y los espectáculos relacionados con el arte y la literatura,
lo cual propicia que el terreno artístico se convierta en coto prácticamente
exclusivo de la élite del dinero, y responda en todo a sus criterios y
categorías valorativas. Tal cosa como un arte popular libre y crítico ni se
financia ni se concibe. También se ha hecho habitual la protesta de los
artistas, como colectivo, contra la manipulación que el poder lleva a cabo con
su trabajo. También en este terreno resulta cada día más ardua la lucha de
quienes defienden los ideales contra el pesebrismo.
El panorama es, en
consecuencia, bastante desolador. Cuando hablamos de crisis global, hemos de
referirnos también, y muy en primer término, a los aspectos culturales de esa
crisis. Aspectos que resultan vitales en la medida en que la cultura es la clave
que da acceso a un trabajo creativo y satisfactorio, y a un futuro de libertad.
La cultura, parafraseando a Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro.
Ahora que las
fuerzas políticas multiplican los contactos para formar mayorías de gobierno en
municipios y autonomías, mientras se preparan para el envite supremo, el todo o
nada de las próximas elecciones generales, conviene cuestionarlas para saber
cuáles son sus criterios programáticos de cara a la próxima legislatura. Ya
sabemos lo que opinan acerca de la corrupción; veamos ahora lo que pueden
decirnos sobre el trabajo y sobre la cultura.