Después de partir en
dos el país, Artur Mas ha roto también su
gobierno y la coalición que lo sostiene, ha firmado la defunción de CiU y
piensa concurrir a unas elecciones perdidas de antemano revestido de una lista
propia, la “llista del president”, formada
por sus incondicionales y por personalidades independientes de un prestigio
incuestionable, pero cuyos nombres aún nadie conoce.
Eso ocurrirá a
finales de septiembre, y estamos a mediados de junio. Enseguida va a llegar la
dispersión del verano. Mas cuenta para un despegue instantáneo en la rentrée con el efecto microondas de una
gran manifestación patriótica el 11 de Septiembre. Pero es más que dudoso que
un acto de masas festivo en la Avenida Meridiana de Barcelona tenga la
capacidad de arrastre para llenar las urnas de votos soberanistas y conseguir
una mayoría (¡incluso “pírrica”!) de la que hasta la fecha no ha habido
noticia.
En cualquier caso,
no habrá más intentos: Mas ha declarado que si el “plebiscito” se salda con un
fracaso, él se retirará de la política. Es una buena noticia, pero sería aún
mejor si anunciara su retirada ya desde ahora mismo. Una recomposición de lugar
a partir de la correlación real de las fuerzas en presencia evitaría una
frustración histórica a un país y unas gentes que no la merecen.
Tal como están las
cosas, el 27S se delinea como el acto final de una fuga hacia delante absurda,
en varias etapas. Recuerda en cierto modo al general Custer dirigiendo la carga
del Séptimo de Caballería contra el pueblo sioux acampado junto al Little Big
Horn, a Alonso Quijano embistiendo contra los molinos de viento, y más aún a la
escena final de Thelma y Louise. Hay algo
de locura iluminada en ese choque frontal contra el lienzo más grueso y más
alto de la muralla, en el momento mismo en que en otros puntos de la misma se
están abriendo portillos, creándose complicidades, apuntándose soluciones de
urgencia y vías de avance.
Soluciones y
avances que, claro está, a Artur Mas no le interesan. Él prefiere combatir a
una España monolítica desde una Cataluña también monolítica. Por más que el
monolitismo esté desmentido en los dos casos por los datos fácticos y las
realidades visibles. Ha trazado una hoja de ruta inamovible, y la ha trazado de
modo que entre en trayectoria de colisión. ¿De colisión con qué? Con todo.
Después de las elecciones plebiscitarias, que solo podrían ganarse por una
mayoría mucho más exigua que la exigida por ejemplo en los referéndums de
Escocia y de Quebec, vendría la DUI, la declaración unilateral de
independencia, y después, de no producirse interferencias desagradables, se
iniciarían las negociaciones y pourparlers
con el gobierno de España, que ya se sabe lo que va a decir; con la Unión
Europea, que también; con la ONU, que no dirá nada; con la OTAN, con el Banco
Mundial, y con cualquier país de buena voluntad que acceda a escuchar a los
embajadores del nuevo Estado autoproclamado.
Al final de una
noche tan larga como hipotética de frenesí, la única realidad palpable sería la
que suele aparecer en tales casos: los pies fríos y la cabeza caliente.
Al parecer algunos
empresarios catalanes se han dirigido a Mariano Rajoy
para pedirle que adelante las elecciones generales y frustrar así el plebiscito
catalán. No sé quién ha ideado esa gestión, ni qué se pensaba que ocurriría.
Rajoy, que tiene sus propias preocupaciones, se ha negado a la maniobra con un
argumento sentencioso: «Las elecciones se hacen cuando toca.» Hay un eco
irónico del ex honorable Jordi Pujol en la
expresión: ara toca, ara no toca.
Pero al margen de ese
grupo de empresarios naïfs, el país
no parece particularmente abrumado por la fatalidad de un destino megalómano.
Para el verano se desprogramarán algunos desahucios anunciados, se repartirán en
las colonias de vacaciones miles de comidas a escolares de familias en
precario, y se celebrarán con mayor o menor lucimiento las fiestas mayores en
las poblaciones de la costa y del interior, presididas por sus munícipes recién
estrenados. Después la Diada será un éxito, como todos los años. Y el día 27 de
septiembre, la gente acudirá a votar.
Con normalidad.