La volatilización
de un templo sirio tiene un corolario lógico, una secuela si lo prefieren. La
cosa funciona más o menos como en un truco de magia. Se abre el telón y aparece
una extensión desértica donde antes hubo un templo con columnas. Se cierra el
telón. Se vuelve a abrir y se ve una cola inacabable de refugiados delante de
las alambradas de una frontera europea: son hombres, mujeres y niños que vivían
y trabajaban en aquel desierto donde también hubo antes un templo.
No hay moraleja.
Hoy les hablaré de
otra desaparición sobre la faz de la Barceloneta, menos dramática que la de
Palmira, más agridulce. Se anuncia el cierre de Negra y Criminal, la pequeña pero enorme librería
de la calle de la Sal. Me prometo una visita de despedida en este mes de
septiembre, una última zambullida en un raro espacio de libertad informal y de
bienestar espiritual combinados con frecuencia con una pequeña incomodidad
física que siempre dabas por buena. Pasaban a la ronda platos de mejillones y vasos
de vino tinto, gratis, y uno se recostaba en el quicio de un portal – con suerte
– o simplemente se unía al corro de los que a pie firme en plena calle escuchaban la charla de
presentación de un libro nuevo, un libro seguramente interesante. También nos
poníamos a la cola para recoger la firma del autor en el ejemplar recién
adquirido, y tener la ocasión de cruzar con él un par de palabras. Pequeños
ritos prescindibles de supervivencia, en un sábado a mediodía.
No desaparecen ni Paco Camarasa ni Montse, la
Librera con mayúscula. Seguiré viéndoles, por ahí. Lo cierto es que
seguramente les he visto más veces en otros lugares (en BCN negra, en
conferencias, en presentaciones. Paco estuvo también en el Speaker’s Corner del
Museu d’Història este invierno para hablarnos de Manolo
Vázquez Montalbán, de Carvalho y de su ética negrocriminal particular)
que en su mismísima guarida de la calle de la Sal, donde he encontrado algunos libros
que buscaba, de Márkaris, de Stieg Larsson, de Val
McDermid, de González Ledesma, de Zanón, de Andreu Martín;
y muchos otros cuya existencia ni siquiera conocía.
Es otro templo de
cultura, de muy modestas proporciones pero de un encanto raro, que desaparece. Deja
atrás a muchos amigos. Por fortuna, la cultura transmigra con más facilidad que
los humanos de unos lugares a otros. Espero seguir contando en la bandeja de
entrada de mi portátil con los avisos y las reseñas electrónicas de novedades negrocriminales
o culinarias enviadas por Montse y Paco, desde allí a donde vayan.