miércoles, 23 de septiembre de 2015

EL TRANSFORMISMO DE TSIPRAS Y OTRAS LEYENDAS URBANAS


Constato que a una parte de la izquierda española no le ha caído bien el resultado de las segundas elecciones griegas. Quienes así opinan están en su perfecto derecho, desde luego. En su día se llamó traidor a Alexis Tsipras por plegarse al memorándum doblado de la troika, y digo bien “doblado”, porque el paquete original adelantado como ultimátum por la primera parte contratante se endureció con nuevas y fantasiosas exigencias cuando se supo que los resultados del referéndum favorecían a la segunda parte contratante. Más que de un memorándum se trató de un «Entérese usted de quién manda aquí», y la respuesta de Tsipras vino a ser, en consecuencia, un «Mandan ustedes, faltaría más. Sigamos negociando todo lo demás.»
Tsipras fue calificado de inmediato de traidor por una parte de la izquierda, tanto en Grecia como en España y en otros países. Era inconcebible para muchos que la negociación en curso pudiera continuar. Recuerdo haber escrito entonces algo por este estilo: ¿Tsipras traidor, a quién? Si es a su pueblo, dejemos que sea su pueblo quien lo decida.
Syriza se partió en dos. Según declaración de Nykos Syrmalenios, miembro de su comité central, en una entrevista concedida a principios de septiembre a Steven Forti y publicada en “MicroMega”, entre un 30-35% de sus cuadros se fueron con la escisión. Tsipras hubo de dimitir y convocar nuevas elecciones. No fue la actitud de un “transformista”, y sin embargo hubo voces aquí en España que lo llamaron así. Se trató de una decisión irreprochablemente democrática, y sin embargo ha habido voces en España que lo han acusado de matar a la democracia.
En las segundas elecciones del año, Syriza ha mantenido sustancialmente su apoyo ciudadano, en tanto que la escisión de izquierda ha quedado reducida a la condición de extraparlamentaria. El resultado debería haber tranquilizado el alma escrupulosa de los demócratas que se agarraban a los números del referéndum, pero no; y debería haber moderado las iras de quienes acusaban a Tsipras de traidor y de transformista. Pero tampoco. Seguimos en las mismas. Puesto que la mayoría del pueblo griego apoya a Tsipras, es el pueblo griego el descalificado ahora. Grecia se ha «normalizado», según un analista. Fue un bastión efímero en “nuestra” lucha contra la superpotencia global. Ha sido indigna de “nuestra” confianza.
Esta no es la democracia de Sócrates, se ha lamentado otro analista, y el lamento resulta ambiguo, habida cuenta de la relación problemática – para expresarlo con delicadeza – que mantuvo Sócrates con la democracia ateniense. El contencioso entre ambos finalizó de una forma drástica: fue condenado por la asamblea soberana a beber la cicuta, si recuerdan ustedes la historia. Y la bebió. ¿En qué quedamos, entonces? ¿Estamos glorificando a Sócrates, o a sus ejecutores?