Constato que a una
parte de la izquierda española no le ha caído bien el resultado de las segundas
elecciones griegas. Quienes así opinan están en su perfecto derecho, desde luego. En su día
se llamó traidor a Alexis Tsipras por plegarse
al memorándum doblado de la troika, y digo bien “doblado”, porque el paquete
original adelantado como ultimátum por la primera parte contratante se
endureció con nuevas y fantasiosas exigencias cuando se supo que los resultados
del referéndum favorecían a la segunda parte contratante. Más que de un
memorándum se trató de un «Entérese usted de quién manda aquí», y la respuesta
de Tsipras vino a ser, en consecuencia, un «Mandan ustedes, faltaría más.
Sigamos negociando todo lo demás.»
Tsipras fue
calificado de inmediato de traidor por una parte de la izquierda, tanto en
Grecia como en España y en otros países. Era inconcebible para muchos que la
negociación en curso pudiera continuar. Recuerdo haber escrito entonces algo
por este estilo: ¿Tsipras traidor, a quién? Si es a su pueblo, dejemos que sea
su pueblo quien lo decida.
Syriza se partió en dos. Según declaración de Nykos
Syrmalenios, miembro de su comité central, en una entrevista concedida a
principios de septiembre a Steven Forti y
publicada en “MicroMega”, entre un 30-35% de sus cuadros se fueron con la
escisión. Tsipras hubo de dimitir y convocar nuevas elecciones. No fue la
actitud de un “transformista”, y sin embargo hubo voces aquí en España que lo
llamaron así. Se trató de una decisión irreprochablemente democrática, y sin
embargo ha habido voces en España que lo han acusado de matar a la democracia.
En las segundas
elecciones del año, Syriza ha mantenido sustancialmente su apoyo ciudadano, en
tanto que la escisión de izquierda ha quedado reducida a la condición de
extraparlamentaria. El resultado debería haber tranquilizado el alma
escrupulosa de los demócratas que se agarraban a los números del referéndum,
pero no; y debería haber moderado las iras de quienes acusaban a Tsipras de
traidor y de transformista. Pero tampoco. Seguimos en las mismas. Puesto que la
mayoría del pueblo griego apoya a Tsipras, es el pueblo griego el descalificado
ahora. Grecia se ha «normalizado», según un analista. Fue un bastión efímero en
“nuestra” lucha contra la superpotencia global. Ha sido indigna de “nuestra”
confianza.
Esta no es la
democracia de Sócrates, se ha lamentado otro
analista, y el lamento resulta ambiguo, habida cuenta de la relación
problemática – para expresarlo con delicadeza – que mantuvo Sócrates con la
democracia ateniense. El contencioso entre ambos finalizó de una forma drástica:
fue condenado por la asamblea soberana a beber la cicuta, si recuerdan ustedes
la historia. Y la bebió. ¿En qué quedamos, entonces? ¿Estamos glorificando a
Sócrates, o a sus ejecutores?