martes, 29 de septiembre de 2015

EL APRENDIZ DE BRUJO Y EL ABUSÓN TIMORATO


Tenemos ya una radiografía suficientemente precisa de lo que está sucediendo en la sociedad catalana. Nadie puede alegar ignorancia, a la vista de los resultados de las elecciones. Ocurre, sin embargo, que desde dos bandos opuestos se insiste en considerar significativa la parte concreta de la radiografía que les favorece, e irrelevante la que no les favorece. Lo han hecho, a pocas horas de conocerse los resultados, tanto Artur Mas como Mariano Rajoy, el aprendiz de brujo como el abusón timorato.
Una primera consideración. Se trataba de unas elecciones autonómicas, pero Mas “cantó” un órdago a la grande y las transmutó en plebiscitarias. No había obligación de escucharle, pero el electorado, mayoritariamente, le escuchó. De modo que nos encontramos hoy ante los resultados plebiscitarios de unas elecciones autonómicas. Una situación de hecho enrevesada, cuyas consecuencias oscurecen de forma considerable el panorama político. Lo oscurecen en varias direcciones distintas.
Primero. Lo que habría sido un éxito aclaparador (abrumador) de la lista del president de la Generalitat en unas elecciones simplemente autonómicas, se transmuta en un relativo fracaso desde la lectura – propiciada por él mismo – de las plebiscitarias. La cifra porcentual de votos del llamado “bloque del Sí” resulta a todas luces corta para legitimar la apertura de un proceso constituyente.
Segundo. La construcción de la citada lista del president, atenta a las necesidades del procès pero no al gobierno de la autonomía, pasa a ser un engorro en la nueva situación. La formación de un gobierno y la concreción de una política a partir de las instancias políticas y civiles heterogéneas aglomeradas en esa lista resultaría ya difícil de por sí, y se complica todavía más por la necesidad de contar con los votos de la CUP para una investidura. Convergència, CDC, ha dejado de ser el pal de paller de la construcción de una Catalunya ideal (ideológica); hoy es un componente más de la fórmula híbrida que ha ganado unas elecciones, y el liderazgo de su presidente – el aprendiz de brujo – “no es imprescindible” según comentario emitido por la CUP. Artur Mas, en consecuencia, corre un serio peligro de morir de éxito. Su más bello triunfo personal (no tiene muchos que apuntar en su currículo) está a un paso de convertirse en su tumba política.
Tercero. La condición plebiscitaria virtual de las elecciones ha favorecido la tendencia a concentrar el voto del rechazo en una sola candidatura, y esta no ha sido la del Partido Popular sino la de Ciudadanos. No la del inmovilismo armado de garrote, sino la que reclama a España cambios, diálogo y soluciones no traumáticas. Ciudadanos es una fuerza de centro-derecha, pero no ha recibido en esta ocasión un voto de centro-derecha. Es el primer partido en L’Hospitalet, El Prat de Llobregat, Sant Boi, Castelledefels, Rubí. En Nou Barris, también. Se quiso conjurar, desde las instancias de mando del procès, la abstención previsible del extrarradio barcelonés con una Diada localizada en la Avinguda Meridiana de Barcelona. Pero colocar a millón y medio de personas en un espacio urbano no es lo mismo que conseguir la adhesión de quienes habitan ese espacio urbano sistemáticamente olvidado y desasistido por las autoridades autonómicas. Desde la desafección por la política, los vecinos de Nou Barris y de los municipios del primer cinturón han respondido votando a la opción que les ha parecido más rotundamente alejada de la “política” de las dos “castas” contrapuestas, la de Madrid y la de Barcelona.
Cuarto. Y ese voto militante ha pasado de largo de la candidatura más receptiva en principio a los problemas de la “otra” Catalunya: la que aglutinaba a la vieja y a la nueva izquierda, a ICV-EUiA de una parte, y Podemos de la otra. Una mala lectura de las coordenadas de la situación, una explicación insuficiente, u otras causas, han impedido el despegue de la coalición. Puede ser un fenómeno transitorio, o el indicio de un desajuste potencialmente importante. Lo dirá el tiempo, pero sobre todo el trabajo de los militantes de esas formaciones.
Quinto. El Partido Popular ha recurrido al voto del miedo de una mayoría silenciosa inexistente para retener su cuota de votos catalanes. Era improbable que le saliese la jugada, y no le ha salido. El miedo no ha calado. De la campaña, Mariano Rajoy ha salido más desprestigiado que nunca en el aspecto personal, y más inerme. Como ha señalado un analista, no es que haya perdido “en” Catalunya, es que ha perdido Catalunya. De modo inexorable e irreversible.
Sexto. ¿Puede un candidato al gobierno de España permitirse perder Catalunya en un recodo del camino, como quien pierde el paraguas o el estuche de las gafas? Mariano cree que sí se puede (disculpen la ironía fácil). Tiene puestas sus esperanzas en un juguete nuevo. Es un juguete jurídico, y a Mariano le pirra lo jurídico, de hecho es el cristal desde cuyo color observa la realidad. El juguete en cuestión son las nuevas atribuciones del Tribunal Constitucional. ¿Va a atreverse el abusón timorato a empuñar el garrote constitucional para dispersar a las turbas catalanas?
Es una posibilidad, y contiene una paradoja. La contundencia en la represión puede dar al presidente del gobierno la adhesión de los estratos más cavernarios de la clase política; pero al mismo tiempo, un nuevo agravio del poder central, una injerencia inoportuna, un abuso de poder cierto o presentado como tal, serían el combustible necesario para acabar de inclinar en favor del procès a una parte de la ciudadanía catalana que aún se muestra remisa. No Rajoy, sino España, estaría definitivamente en riesgo de perder por largo tiempo a Catalunya.
Y hay muchos modos de perder un país. La secesión es tan solo uno de ellos.