Si algo sobra en
este país son tradiciones bárbaras. La mayoría de ellas han desaparecido. Las
que no, encuentran defensores a ultranza por la circunstancia de que son tradicionales,
y a pesar del hecho de que son, lisa y llanamente, barbaridades. Se alega que el
carácter añejo de la tradición justifica la barbaridad y la envuelve en un aura
de nostalgia, pero esa no es lógica cartesiana. No debería tener que ver una
cosa con la otra. Más añeja era la tradición de las horcas públicas, y primero
se suprimió la muerte como espectáculo. Luego se suprimió también la pena de
muerte.
El hecho es que seguimos
contando con un censo hispánico de barbaridades con pedigrí. Las barbaridades
tradicionales están dotadas además de reglamentos bien especificados. “Rompesuelas”
ha consumado esta mañana su carrera mortal en la Vega de Tordesillas. Fernando
Savater tal vez diría que su vida de toro bravo había sido idílica hasta ese
momento; la presentadora televisiva Mariló Montero ha abundado en el argumento, de hecho.
“Rompesuelas” ha
tardado veinte minutos en morir, pero su muerte ha sido declarada nula. ¡Nula,
sin efecto, no ocurrida! Al parecer ha sido alanceado por tres personas, por
una de ellas desde atrás, y en una zona no permitida. Tres infracciones, nada
menos. Se prevén sanciones administrativas. Desde la barbaridad, también se
imponen sanciones administrativas. Los reglamentos son taxativos.
Lo correcto, una
vez declarada la nulidad de las lanzadas, habría sido retrotraer las cosas a su
inicio y hacer que “Rompesuelas” volviera a cruzar el puente sobre el Duero y
trotara de nuevo hacia los caballistas apostados en la Vega, para disfrutar de
una muerte limpia y deportiva. Sin embargo, no fue posible la enmienda. Se
agolparon los aficionados en torno al despojo caído en zona prohibida, quizás
alguno de ellos intentó reanimarlo. Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.