El análisis de
urgencia de las elecciones catalanas bien puede esperar su turno en este blog; es
forzoso dedicar el comentario de hoy a un suceso más apremiante y más trascendente.
Ayer murió en Roma Pietro Ingrao.
El arco de su
existencia ha recorrido un siglo completo. El 30 de marzo pasado celebrábamos
en estas páginas su cumpleaños número cien. Un dato más para la admiración, en
un político que, si no ha marcado con su impronta el siglo, ha sido por una
razón nada más: porque la lucidez apenas deja huella en las cosas sobre las que
se aplica.
En efecto. Hay
políticos que buscan ante todo el bastón de mando, sin más mandangas; otros
prefieren el brillo de los entorchados, el adorno de los títulos sonoros que envuelven
la personalidad en un aura universal de respeto. Unos y otros saben que lo que
importa a la posteridad es sobre todo la erótica del poder. Pero también, y por
fortuna, existen científicos de la política, hombres y mujeres comprometidos
muy a fondo con las ideas y con las personas que les rodean, pero atentos sobre
todo a la verdad sin tapujos; dedicados con preferencia a la misión de observar,
de analizar, de investigar de forma minuciosa y sin complacencia los fenómenos
sociales, sus causas y sus efectos, las acciones y las reacciones que provocan.
Los políticos y
políticas de raza de este último tipo encuentran su hábitat natural en la
izquierda, y se les suele llamar “ingraianos”. Existe una razón para ello, y nadie la ha
expresado mejor ni con mayor concisión que Riccardo
Terzi, un ingraiano convicto y confeso que nos ha abandonado también
hace muy poco. De él es la siguiente frase: «La derecha es la simplificación, y
la izquierda el pensamiento complejo.»
Rossana
Rossanda, que le ha
sobrevivido, ha escrito párrafos muy cálidos sobre Pietro Ingrao, sobre su
influencia, sobre las distintas ocasiones en las que estuvo en trance de ser
investido secretario general del PCI. Tenía el apoyo incondicional de todo el
influyente grupo de los ingraianos. No dio el paso decisivo, no cruzó el
Rubicón. Hay quien sostiene que le faltó carácter para cruzar rubicones; quizás
una explicación más justa sea que consideraba secundarias las cuestiones personales,
frente al movimiento colectivo.
Tal vez la huella
que deje en la Historia no sea muy profunda; pero sí lo es la memoria que muchos
guardamos de sus escritos teóricos y polémicos, y de sus recientes Memorias, hermosas
y preñadas de significado desde el título mismo: “Pedía la luna.”