Los sofistas de
Atenas – entre ellos Sócrates – ya llevaban a cabo virguerías parecidas. Ahora,
en el abanico de recursos de que dispone el comunicador moderno, se encuentra
sin falta el fantasioso truco de la doble utilización de un argumento y de su
contrario. Excusen que me refiera una vez más a la campaña catalana, es la que
tenemos ahora mismo, pero además resulta a la vez un “clásico” vintage en el terreno de los métodos
populistas, y un taller donde se atiende con presteza y habilidad al reciclaje
y puesta a punto de algunos temas políticos motores que ya rateaban y daban signos
de ahogo.
Veamos como ejemplo
la cuestión clásica y eviterna del voto del miedo. El PP acaba de irrumpir en
la campaña como un elefante en una cacharrería, a través de la ley de reforma
del Tribunal Constitucional. «¡Que se vayan preparando los sediciosos!», es su
grito de guerra. Se parece mucho al procedimiento de matar moscas a cañonazos,
pero es lo que hay.
Fijémonos en cambio
en la lista independentista. Aquí el mismo voto del miedo se maneja con mucha más
sutileza y floritura, y en una doble dirección. A quien plantea el peso
tremendo de las incógnitas que se abrirían después de una declaración
unilateral de independencia realizada a través de la rotura consciente del
marco de la legislación, las instituciones y los tratados internacionales, se le
espeta: «¿Así que tú eres también de los que tienen miedo?»
El tono mofeta y la
forma escasamente respetuosa de señalar con el dedo al que se achanta bajo los
soportales para resguardarse del diluvio que se avecina, sugieren que votar por
la lista de Mas es una prerrogativa de “echaos palante” y que la independencia
es una cuestión, bien de testosterona, bien de “ben plantada”, en función de la
condición masculina o femenina del amplio espectro transversal de votantes potenciales
del invento.
Pongamos que sea
así. Pero entonces, ¿a qué viene esta otra muestra del argumentario que circula
profusamente por todos los entresijos de la campaña? «Noi, hay que votar independencia,
porque si no, estos de Madrid nos van a pasar por encima y vamos a recibir
hostias hasta debajo de la lengua.»
No es precisamente un
argumento de echaos palante. Hay que emprender una fuga hacia adelante lo más deprisa que se pueda, porque si
dejamos que nos pille el toro esto va a ser una carnicería.
Vengo a decir con
esto que primero nos llaman a romper con las seguridades (precarias,
insuficientes, si se quiere; ponga cada cual el adjetivo que mejor le cuadre) que
ofrece el marco legal vigente, y salir a la intemperie desafiando los rayos y
truenos del estado de derecho, del Constitucional y de los Tratados de
Maastricht y subsiguientes; luego, se nos argumenta que esa misma legalidad
vigente (precaria, insuficiente, etc.) mutará en némesis vengativa si optamos por
acogernos a las seguridades que nos ofrece. Los rayos y truenos que queríamos
evitar los encontraremos multiplicados. De todas formas nos harán desfilar bajo
las horcas caudinas.
La barbarie pepera
y la alambicada vuelta de tuerca de la lista del Junts pel Sí se dirigen a conseguir el efecto
retórico de privarnos de otras alternativas y dejarnos delante de una doble contradicción:
o votar a Mas, o votar a Aznar. El voto de la adrenalina o el de la compulsión.
El miedo y el que no es miedo. Y también el miedo que nos dan los que nos conminan
a votar sin miedo.