Mark
Twain hizo uso en cierta
ocasión de su derecho de réplica, en una carta al director de un periódico de
amplia circulación, para puntualizar de forma sobria y educada: «Estoy en
condiciones de asegurarle que la noticia de mi fallecimiento, adelantada ayer por
su publicación, es notablemente exagerada.»
Algo parecido le ha
ocurrido a Alexis Tsipras. Fue dado por muerto
después del tremendo zasca recibido por los barandas de la cosa global el 12 de
julio pasado. Se tragó el sapo. Quien defienda que en política no se deben tragar
sapos bajo ningún concepto, es que nunca ha estado en política.
«A éste nos lo
vamos a cepillar», anunciaron los Juncker y los Schäuble y los Schulz,
aquella noche. El mismo anuncio proclamado por Alfonso
Guerra cuando se presentó a las Cortes el Estatut de Catalunya promovido
por Pasqual Maragall. Se lo cepilló, en efecto.
Hoy los socialistas están donde están en Catalunya, y Catalunya misma está
también donde está.
Tsipras ha renovado
su liderazgo con holgura. Apenas algún rasguño, después de la batalla. Ha
perdido cuatro escaños, pero no los ha ganado su oposición interna, la que lo
acusó de traición al pueblo. Quienes han subido, no mucho, pero sí algo, han
sido los nazis de Amanecer Dorado. Es algo que les sucede a los barandas con cierta
frecuencia: quieren organizar a su gusto el circo y les crecen los enanos.
Derrocan al Sha y aparece Jomeini; ejecutan a Saddam
Husayn y aparece Osama bin Laden.
Asesinan a Osama y ahí está Estado
Islámico. La geopolítica tiene sus equilibrios misteriosos, y en este
mundo nadie es todopoderoso. Por lo menos, no “tan” todopoderoso.
El pueblo griego ha
dado su veredicto sobre el modo como desea ser gobernado, y sobre quién desea
que lo haga. Está por ver si toman nota del recado los barandillas de la cosa,
o si siguen confundiendo sus propios deseos inconfesables con la voluntad de la
mayoría. Nos jugamos muchas cosas en ese envite, y las próximas jornadas electorales
en Cataluña, en Portugal y en España van a ser, no decisivas, ojo, pero sí
significativas.
Me dolió constatar
la soledad de Tsipras en una campaña electoral hecha a contrapelo, contra el
desánimo popular de un lado, contra unos medios de comunicación abiertamente agoreros,
por otro, y contra un entorno internacional tan frío como un iceberg de los
tiempos de antes del calentamiento global. Muchas cosas se pueden decir de Pablo Iglesias, pero él estuvo allí, en plaza
Syntagma, dando ánimos a su amigo Alexis.
A otros no los vi.