Leo en los
periódicos que el Premio Ig Nobel (Innoble) de Economía, galardón “gamberro”
según el articulista que se concede y se celebra en la Universidad de Harvard,
ha recaído este año en la Policía Metropolitana de Bangkok, por el hecho de
conceder sobresueldos a los agentes que se niegan a aceptar sobornos.
El impulsor de los Ig
Nobel, Marc Abrahams, los define como distinciones que primero hacen reír y
luego pensar. Vamos a practicar un poco ese método.
El sistema establecido
por la Policía de Bangkok tiene un punto débil, pero en el cual se encuentra,
como suele suceder, la posibilidad misma de remedio. Se trata de lo siguiente.
Por un lado, un
intento de soborno no es algo que tenga lugar en pleno día y ante testigos, o
como suele decirse, “con luz y taquígrafos”. El sobornador pretende por lo
general y salvo rarísimas excepciones permanecer en el anonimato. Es entonces el
agente tentado el que denuncia el hecho ante sus superiores. Pero el deseo de
ganarse un sobresueldo apetitoso puede inducirle a no ser escrupulosamente
veraz: «Uf, ayer intentaron sobornarme nada menos que cuatro tipos de los bajos
fondos. Molly, mira a ver si me arreglas los papeles para que pueda recibir la
pasta a tiempo para pagar el plazo de la hipoteca del coche.» Por ejemplo.
La denuncia debe
ser comprobada de forma fehaciente, y esa cuestión implica dificultades
innegables. Por otro lado, un repunte excesivo en la estadística de sobornadores
desaprensivos puede poner en situación de grave riesgo los presupuestos
ordinarios de la Policía Metropolitana. En el caso de que se supere la
cobertura prevista para eventuales sobresueldos, no habrá más remedio que hacer
la vista gorda ante nuevos intentos de soborno, o bien buscar fuentes de
financiación alternativas para premiar como está reglamentado a los agentes
incorruptibles.
Se trata de una
doble dificultad peliaguda, pero que por fortuna, como se ha avanzado más
arriba, encuentra su solución en ella misma. Veámoslo en la siguiente secuencia
hipotética: 1) El agente denuncia el intento de soborno; 2) la autoridad
policial comprueba su veracidad a través de la propia fuente; 3) se evalúan las
posibilidades de negocio, y desde la oficina superior se llega a un trato justo
con el sobornador presunto, ahora llamado “el demandante”; 4) el agente denunciante
recibe el sobre extra que ha merecido según las estipulaciones reglamentadas; 5)
la oficina superior recibe también la parte correspondiente de premio por las
diligencias efectuadas, imprescindibles para llevar a buen puerto la operación
concebida en su conjunto; y 6) si después de las gratificaciones anteriores queda
aún algún remanente, este se adscribe a un fondo de resistencia dirigido a
estimular futuras denuncias.
Es lo que en
términos económicos podríamos llamar una política de anticorrupción sostenible.
A estas alturas de
la explicación ustedes se habrán dado cuenta ya de la injusticia patente del
premio concedido en Harvard. A la Policía Metropolitana de Bangkok se le había
adelantado en varios años el sistema implantado por Luis de Bárcenas en
relación con los altos cargos institucionales del Partido Popular de España.