Hoy es un buen día
para que nuestras autoridades financieras nos tranquilicen. Sí, se aprecia una
alta volatilidad en los mercados debido a la crisis china y al bajo precio de
los carburantes, pero todo está en orden. Las bases de la recuperación son
sólidas. Serán necesarios, eso sí, algunos esfuerzos adicionales para enjugar
los déficits de las cuentas públicas, pero todo se reducirá a apretarse un poco
más el cinturón. Lo que empuja hacia abajo los índices de las bolsas no es una
recesión, sino el temor infundado a una recesión. Es muy distinta una situación
de la otra.
Desde la gran crisis
de 2008 (ya estamos todos de acuerdo en que entonces sí hubo una recesión), nos
vienen repitiendo los mismos mantras. Aquello se “remedió” con un gigantesco trasvase
de dinero público a la banca privada, un rescate a fondo perdido, sin
condiciones ni garantías de devolución. Los estados apoquinaron, y los bancos se
dedicaron a gestionar la nueva masa monetaria según criterios transnacionales
de gobernanza. Ni se pidieron desde los estados responsabilidades a la banca
privada por su anterior comportamiento especulativo, ni se arbitraron remedios
para paliar la voracidad sin límite del capitalismo financiero global. Se
centró el remedio en la esperanza de una autorregulación altruista de las
instituciones de crédito, en contra de todas las evidencias. Se fio la solución
del problema a una supuesta capacidad de los mercados para contrapesar los
desequilibrios y generar a la larga el mayor beneficio posible para todas las
partes implicadas. Solo las universidades norteamericanas y las escuelas de
negocios del resto del mundo conservan aún la fe en esa capacidad ficticia, pero
siguen predicando la buena nueva sin descanso.
De modo que lo que
se ha venido haciendo desde 2008 en relación con una deuda público-privada inmensa,
que sigue creciendo exponencialmente, ha sido tratar de atajar el incendio mediante
la puesta de toda clase de medios a la disposición de unos bomberos pirómanos.
(La expresión no es mía; circula profusamente por la red.)
Del comportamiento observado
a partir de entonces por dichos bomberos hay pruebas fehacientes. En España,
donde la presencia de un gobierno cornudo y consentidor disparó la desfachatez
de los malabaristas de las finanzas, tenemos a Rato y Blesa en el banquillo,
como cabeza de cartel de un séquito nutrido, pero no tan numeroso como
correspondería a la magnitud de la rapiña. Es lo que hay, y sin embargo las
voces de los de siempre nos siguen arrullando con garantías de que todo está en
orden, las instituciones están alerta y las perspectivas de futuro son
inmejorables en todos los terrenos.
Solo se nos exige
otro pequeño sacrificio. Colocar el clavillo de la hebilla en el siguiente
agujero del cinturón.
Difícil, sin
embargo, porque hace tiempo que ya no nos quedan más agujeros, y estamos en el
trance de vernos obligados a empeñar incluso el cinturón.