Cuando Pedro Sánchez y Albert Rivera
despertaron de su sueño pactista, el marianosaurio
seguía allí. Es más, su humor era borrascoso y acariciaba con las poderosas
garras la eficaz garrota de una mayoría en el Senado.
El sueño pactista
de Sánchez y Rivera: aislar a la izquierda, buscar la connivencia de la
derecha, implementar (palabra imprescindible en la jerga moderna) una reforma
exprés de la constitución sin que se note mucho, colocar en el lugar crítico un
floripondio que tape las vergüenzas de una reforma laboral no tan ominosa como
algunos dicen, promover una educación más heterodirigida, y ahorrar duplicidades
y sueldos de altos cargos por medio de una recentralización administrativa.
Ningún remedio que no existiera ya en la botica, y todo concebido muy para
salir del paso. Un placebo. Un programa diseñado para capear el temporal – en particular,
el temporal de los indignados – y frenar provisionalmente el deterioro de unas instituciones
que se agrietan y se cuartean a ojos vistas. La monarquía seguirá siendo
intocable, el referéndum sobre Cataluña tabú, de los problemas con Europa no
hay noticias, el déficit se soslayará con buenas palabras para Bruselas, y los
refugiados no existen/no saben/no contestan.
Un pacto destinado
a tirar con lo puesto durante media legislatura, dos años apenas, y luego ya se
verá.
El marianosaurio sigue ahí.
Habremos de
convenir en que cualquier cosa será mejor que el regreso del marianosaurio y el taparse generalizado de narices
para no percibir el hedor a corrupción que arrastra. Lo malo es que el invento anti marianos,
zurcido a base de retales mal sujetos con algunos imperdibles claramente
insuficientes, no funciona. ¡No funciona! Ese es su defecto único, descontados
todos los demás. No funciona porque ni soluciona el problema del marianosaurio, ni lo soslaya de forma adecuada. No
hay modo, de momento, de rodear el monolito, ni de realizar una voladura
controlada utilizando como carga de profundidad a alguna menina, quizás doña Soslaya Sáenz de Santamaría. Ese camino no parece
viable.
No hay plan
centrista, entonces, ni para dos años, ni para seis meses. Algún comentarista
político ha señalado que con el pacto Sánchez-Rivera no estamos ya en el día de
la marmota, sino que hemos retrocedido al día antes. Todo se ha reducido a
cerrar los ojos y soñar que el marianosaurio
había desaparecido. Pero sigue ahí, y está enfadado. Algún recurso más cabe
exigir en la coyuntura por parte de dos estadistas jóvenes y desmedidamente
ambiciosos de tocar poder.
Rita Barberá les ha
recomendado leer a Antonio Gramsci. El consejo
es excelente, pero innecesario. Nos encontramos frente a dos adoradores convencidos
de las revoluciones pasivas.