viernes, 26 de febrero de 2016

EL MARIANOSAURIO SEGUÍA ALLÍ


Cuando Pedro Sánchez y Albert Rivera despertaron de su sueño pactista, el marianosaurio seguía allí. Es más, su humor era borrascoso y acariciaba con las poderosas garras la eficaz garrota de una mayoría en el Senado.
El sueño pactista de Sánchez y Rivera: aislar a la izquierda, buscar la connivencia de la derecha, implementar (palabra imprescindible en la jerga moderna) una reforma exprés de la constitución sin que se note mucho, colocar en el lugar crítico un floripondio que tape las vergüenzas de una reforma laboral no tan ominosa como algunos dicen, promover una educación más heterodirigida, y ahorrar duplicidades y sueldos de altos cargos por medio de una recentralización administrativa. Ningún remedio que no existiera ya en la botica, y todo concebido muy para salir del paso. Un placebo. Un programa diseñado para capear el temporal – en particular, el temporal de los indignados – y frenar provisionalmente el deterioro de unas instituciones que se agrietan y se cuartean a ojos vistas. La monarquía seguirá siendo intocable, el referéndum sobre Cataluña tabú, de los problemas con Europa no hay noticias, el déficit se soslayará con buenas palabras para Bruselas, y los refugiados no existen/no saben/no contestan.
Un pacto destinado a tirar con lo puesto durante media legislatura, dos años apenas, y luego ya se verá.
El marianosaurio sigue ahí.
Habremos de convenir en que cualquier cosa será mejor que el regreso del marianosaurio y el taparse generalizado de narices para no percibir el hedor a corrupción que arrastra. Lo malo es que el invento anti marianos, zurcido a base de retales mal sujetos con algunos imperdibles claramente insuficientes, no funciona. ¡No funciona! Ese es su defecto único, descontados todos los demás. No funciona porque ni soluciona el problema del marianosaurio, ni lo soslaya de forma adecuada. No hay modo, de momento, de rodear el monolito, ni de realizar una voladura controlada utilizando como carga de profundidad a alguna menina, quizás doña Soslaya Sáenz de Santamaría. Ese camino no parece viable.
No hay plan centrista, entonces, ni para dos años, ni para seis meses. Algún comentarista político ha señalado que con el pacto Sánchez-Rivera no estamos ya en el día de la marmota, sino que hemos retrocedido al día antes. Todo se ha reducido a cerrar los ojos y soñar que el marianosaurio había desaparecido. Pero sigue ahí, y está enfadado. Algún recurso más cabe exigir en la coyuntura por parte de dos estadistas jóvenes y desmedidamente ambiciosos de tocar poder.
Rita Barberá les ha recomendado leer a Antonio Gramsci. El consejo es excelente, pero innecesario. Nos encontramos frente a dos adoradores convencidos de las revoluciones pasivas.