En el recién
aparecido número 3 de la revista digital Pasos a la
izquierda, se incluye un texto importante de Luciano
Gallino, “La sociedad 7x24” (1), que ayuda a explicar los vericuetos por
los que se está internando el “nuevo trabajo”. Gallino, fallecido hace pocos
meses, fue un sociólogo formado en el gabinete de estudios de la fábrica Olivetti, en Ivrea. El dato es significativo: toda
su obra lleva el marchamo inconfundible de la experiencia del trabajo vivido,
de la “cultura de fábrica” como la llamábamos, hará unos treinta y tantos años,
personas incorporadas a la política desde el trabajo sindical y que insistíamos
en la importancia central del análisis de los procesos productivos, frente a
otras miradas, procedentes en general de sectores académicos, mucho más atentas
al quehacer de las instituciones de gobierno.
El panorama que
dibuja Gallino es el del sacrificio creciente de la vida privada en el altar de
la profesión. El tiempo de trabajo invade todas las horas personales disponibles
para otras ocupaciones (familia, ocio, descanso) hasta configurarse potencialmente
como una opción 7x24, 24 horas al día los siete días de la semana. No por
imposición legal, sino por opción personal del trabajador cualificado
(ejecutivo, técnico superior) obligado a elegir entre estar “dentro” del grupo
de los elegidos por la fortuna, o estar “fuera” y verse excluido, con todas sus
consecuencias, de la carrera hacia el éxito.
(Teresa
Torns, quede dicho entre
paréntesis, analiza con agudeza en el mismo número de la revista citada la
posición desfavorecida de la mujer en esa carrera de los negocios. No solo ni
principalmente por los menesteres relacionados con la maternidad, sino por la
función que le ha sido asignada en la división habitual del trabajo, como elemento
cohesionador de la familia y como vehículo de la atención preferente a los
niños, a los mayores y a los discapacitados y enfermos de todo tipo. La “conciliación”
funciona como un mecanismo “de género” discriminador, que ofrece a las mujeres
una participación marginal en el mercado de trabajo, y una remuneración disminuida
respecto del varón, en igualdad de condiciones.)
La nueva concepción
invasiva del trabajo está conectada tanto al desarrollo de las TIC (tecnologías
de la información y las comunicaciones) como al nuevo paradigma de la empresa
en la sociedad global. Las TIC difuminan los horarios laborales porque se
trabaja on line, y la respuesta a los
impulsos procedentes del mercado no sólo “puede” ser instantánea sino que “debe”
serlo para no verse relegada en una carrera por los contratos en la que la
competitividad es extrema y despiadada. Ya no es posible dejar para mañana lo
que se puede hacer hoy; ni siquiera es posible dejar un plazo de diez minutos
para una consulta. La reacción estímulo/respuesta a una oportunidad de mercado
es en nuestro tiempo mensurable en milésimas de segundo.
De otro lado, el
principal objetivo de la empresa ya no es servir al mercado un producto
socialmente necesario, en cantidad y calidad suficiente para que sea apreciado
por la demanda existente. Ahora la empresa debe generar beneficios tangibles y
a corto plazo para los accionistas, y la mayor preocupación de su
director-gerente es el rating bolsístico, la capacidad para que la empresa se
ponga a sí misma, no ya como sujeto económico, sino como objeto financiero,
como una mercancía más que se ofrece en los remolinos especulativos de las
finanzas globales.
En este contexto,
las escuelas de negocios publicitan sistemas de trabajo que califican de holocracia (“todos mandan”), consistentes en que la
estructura jefes/subordinados salta por los aires, y cada trabajador debe tomar
sus propias decisiones sin recurrir a manuales ni a catecismos de empresa. La
holocracia se propone como un ámbito de libertad y de responsabilidad acrecido
en el seno de una empresa más humana. Desnudada del dorado de la píldora
publicitaria, no es sino una expresión más de la sociedad 7x24 analizada por
Gallino.
El nuevo taylorismo
imperante ya no tiene como modelo el gorila amaestrado, que actúa sin pensar,
ni tiene como icono el cronómetro. El cronómetro ha pasado al desván de los
trastos inservibles porque el tiempo significativo no es ahora el que se
invierte en una tarea manual determinada, sino el de reacción ante un estímulo
externo del mercado. El tiempo se hace así infinitamente elástico. No se sabe
cuándo aparecerá la oportunidad, y es necesario estar vigilante a toda hora, como
las vírgenes prudentes de la parábola evangélica; y no se sabe cuánto durará la
oportunidad una vez aparecida, y para aprovechar la ocasión es necesario
anticiparse a toda costa a la respuesta de la competencia. El concepto clave
entonces es la flexibilidad, pero se trata de una flexibilidad paranoica. De
una nueva esclavitud, incondicional, sin plazo, interminable.
Vaya desde estas
líneas nuestra condolencia con una reciente víctima ilustre de la nueva
esclavitud. El chef Benoît Violier, suizo, 44
años de edad, recibió de la guía Michelín un regalo envenenado: su
establecimiento de tres estrellas fue galardonado con el título de mejor
restaurante del mundo. Apenas tres semanas después Violier se pegó un tiro, en
su casa, con su escopeta de caza.