Un titular de La
Vanguardia califica de blasfemo un poema recitado por Dolors
Miquel en el acto de entrega de los premios Ciutat de Barcelona. Qué le
vamos a hacer. Es admisible el calificativo si se entiende igualmente como
blasfema la interpretación que hacen los fondos buitre de la cláusula
«perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Hasta
el momento no hay noticias al respecto de esto último, por parte de la
jerarquía eclesial.
El concejal Alberto Fernández Díaz se ausentó del acto durante el
recitado del poema de Miquel. Estaba en su derecho. Ha comentado después en un
tuit que no era cuestión de creencias religiosas sino de respeto. Por ahí no le
sigo. Se quiere convertir el respeto en monopolio de ciertos grupos, y bastantes
monopolios tenemos ya. Quien quiera respeto, que se lo curre.
Veamos. El respeto no
puede ser un ringorrango que va por barrios, que unos merecen porque sí, y
otros no merecen porque no. Si hemos de poner el respeto como base de la convivencia
– cosa que me parece en sí misma loable –, el respeto tiene que ser mutuo, plural
y compartido.
Ahí es donde falla
el sistema. Desde los valores firmemente establecidos en esta sociedad en particular, se consideran intrínsecamente
respetables algunas creencias, actitudes, personas, instituciones y símbolos
tales como banderas e himnos. No tienen la misma consideración oficial otras
creencias, actitudes, etc. La iglesia católica no se ha distinguido en ninguna
época por su respeto exquisito a cualquier persona o cosa situada fuera del
redil de la ortodoxia fijada unilateralmente por Roma; luego no tiene
argumentos para exigir un trato de reciprocidad que no existe.
Si se establece el
respeto universal como paraguas deseable para una convivencia más amable, todos
estaremos de acuerdo en evitar calificativos hirientes (por ejemplo, blasfemo a lo que como mucho es irreverente),
al juzgar un hecho concreto. Si, por el contrario, adalides significados del
estamento clerical buscan el cuerpo a cuerpo con el enemigo comparando (por
ejemplo) la despenalización del aborto con las cámaras de gas, con ventaja
ética para los nazis, deberán irse acostumbrando de paso a encajar las
bofetadas que les llegarán sin falta de la contraparte.
O todos moros, o
todos cristianos, según reza el dicho popular.