lunes, 15 de febrero de 2016

VOLVER A LA EMPRESA


Necesitamos con urgencia volver a la empresa, tomar la empresa realmente existente como punto de partida de los estatutos, las reclamaciones de derechos, los reglamentos y las constituciones que proyectamos. Giuseppe di Vittorio lanzó la misma alerta a los sindicatos italianos en los años cincuenta del siglo pasado. Su consigna fue entonces la vuelta a la fábrica, y hoy se trata de lo mismo pero en un paradigma nuevo, donde la fábrica ha abandonado su puesto de privilegio como icono del proceso productivo.
La empresa es un ente jurídico, una “persona moral” y en ocasiones un mero fantasma, una tapadera que da cobijo a una realidad inexistente. En algunos aspectos sería muy preferible hablar no de empresa sino de centro de trabajo. “Ecocentro de trabajo”, para utilizar una categoría grata a José Luis Lopez Bulla, aunque conviene advertir que se trata más bien de un desiderátum, porque en la realidad degradada en la que nos movemos el lugar físico donde se desarrolla la producción de bienes y servicios tiene poco de ecológico, y tampoco gran cosa de “centro” ni siquiera de “trabajo”, por lo menos si utilizamos el término en toda su dimensión ontológica. (Los especialistas prefieren obviar el término “trabajo” y hablar de “empleo” en tanto que tarea desempeñada por cuenta ajena a la que se concede convencionalmente un valor económico, y en consecuencia una remuneración.)
La empresa es, en todo caso, la célula original y el motor activo para el desarrollo del tejido de la economía productiva. No parece posible producir nada, en el mundo de hoy, sin la presencia activa de emprendedores del género que sea (públicos, privados, mixtos, con o sin ánimo de lucro) que compiten para ofrecer sus productos en un mercado. Volver a la empresa se utiliza entonces, aquí, en el sentido de aterrizar en lo concreto y en lo originario, dejando a un lado por cierto tiempo el mundo intrincado de las macrorrealidades, que oscurecen, más que aclarar, el panorama. Cuando se reivindican más derechos para el trabajo asalariado, se tiende a olvidar que tales derechos van asociados a un puesto de trabajo, en un lugar de trabajo, con una función determinada en un proceso productivo, e inmerso en la organización de una empresa que gestiona, controla y desarrolla ese proceso. Las relaciones laborales ni se desarrollan ni se modifican en abstracto. Añadir o restar una cláusula a una constitución, redactar un nuevo estatuto de los trabajadores, derogar leyes de reforma laboral o establecer cualquier clase de entramado jurídico en ese orden de realidades, puede resultar una tarea perfectamente inútil si se lleva a cabo desde el apriorismo. El derecho organiza una realidad preexistente, pero no inventa, ni es capaz de conformar por sí mismo una realidad nueva. Los empresarios no van a ser más justos y benéficos, ni los trabajadores más laboriosos y austeros, porque lo establezcamos así en una constitución. Solo se puede acceder a una realidad nueva a partir de un trayecto bien definido que una la realidad tal como es con la otra realidad a la que deseamos llegar.
Y ese trayecto no tiene lugar sobre el papel. Esa es justamente la idea que está detrás de la consigna de volver a la empresa.