Voces amablemente
interesadas nos insisten desde Bruselas en que la incertidumbre política podría
comportar graves retrocesos para la economía española. Ya lo sabemos. Sabemos incluso
algo más, que esas voces callan, o esconden interesadamente: que no nos ha ido
mejor hasta ahora con una gran dosis de certidumbre política.
No ocurre solo en
España. En Francia la esperanza de vida ha retrocedido por primera vez en 46
años. No hay incertidumbre política en Francia, que se sepa, y tampoco ninguna
epidemia ni catástrofe ecológica. Ha habido, eso sí, un deterioro porcentualmente
constatable de las prestaciones sociales relacionadas con la salud (y con más
facetas de la vida de todos los días). Desde Bruselas deberían reconvenir
cariñosamente a Monsieur Hollande por su dejadez en estos aspectos. Aún no lo
han hecho, pero no se puede descartar que lo hayan aplazado hasta mañana por la
mañana a primera hora, sin falta.
Gran Bretaña se
está planteando un referéndum de salida de la Unión Europea (Brexit). Desde
Bruselas se han apresurado a curarse en salud, ofreciendo a Mister Cameron toda
clase de ventajas comparativas. Cameron almorzará en el restaurante Europa no a
base del menú del día único y obligatorio para los demás socios, sino
enteramente a la carta. Podrá elegir sus platos preferidos y rechazar todos aquellos
que no le gusten. Derechos, todos; deberes, solo los imprescindibles, y cogidos
con pinzas.
Sigue viva y
operante una forma de pensar según la cual algunas personas, o grupos sociales,
o países, tienen por derecho divino o natural el privilegio de poder elegir, mientras
a otros se les niega el pan y la sal. Y se parte, en esa distribución desigual
de derechos y cargas, de la convicción bien asentada de que las catástrofes sociales
provocadas por los ricos recaerán únicamente sobre los pobres. Pero no es así.
El Financial Times alerta del riesgo de una nueva recesión de grandes
proporciones en Estados Unidos, la economía admirable en la que floreció Lehman
Brothers y que fue la primera en ponerse a resguardo de la crisis que ella
misma había provocado.
Según las teorías económicas
neoliberales, lo que es bueno para quienes se encuentran en la cúspide de la
pirámide social acaba siendo bueno también para los situados en los escalones
inferiores, por una especie de misteriosa expansión interna de la prosperidad
de los pocos. Puede que sea así en el larguísimo plazo, pero más cierta – y más
perentoria – es todavía la afirmación inversa: que las catástrofes ocurridas en
la base ascienden a continuación, con lentitud pero de modo implacable, a lo
largo de los flancos de la pirámide hasta afectar a la punta misma del chirimbolo.
Si hay ósmosis social, la hay en las dos direcciones. A donde conduce a la
larga el pensamiento único preconizado entre otros por los tecnócratas de la
Unión Europea, es a la recesión inevitable del conjunto, servida en cómodos plazos.
Mírese entonces de
acertar en nuestro país en una política beneficiosa para la gran mayoría. Y una
higa para Bruselas, que nos viene con premuras exprés justamente a nosotros, y
no por ejemplo a los ingleses, a los húngaros, a los polacos o a los daneses,
que tanto empeño están poniendo en contribuir a la debacle anunciada.