La obsesión por
dejar los deberes pendientes para más tarde le está jugando una mala pasada a
Mariano Rajoy. Ahora que se le acumulan de golpe todas las urgencias, le está
costando demasiado salir de su inmovilidad, o de su inmovilismo. Ganar tiempo,
a eso se reduce su estrategia incluso cuando está meridianamente claro que el
tiempo no juega a su favor. Atrincherado en sus convicciones, a Rajoy le da una
pereza inmensa negociar lo que sea con el enemigo, y solo está dispuesto a aceptar
una rendición incondicional de la oposición en bloque. No va a ocurrir, las
oscuras golondrinas ya no volverán.
Tampoco el recurso
abusivo, tan practicado en los últimos años, a la judicialización de la
política ofrece perspectivas de recuperación al actual gobierno en funciones. El
contexto europeo, tan amistoso en algunas cuestiones para nuestro estadista
galaico, no abona según qué tipo de movimientos, que parecen regüeldos de otras
épocas mal digeridas: pongamos que hablo del auto de prisión destemplado para
dos titiriteros, que convierte una anécdota tonta en un compló terrorista (el
mismo compló, por cierto, que Acebes se sacó de la chistera en 2004, y que
condujo al anterior batacazo electoral de los populares). Pongamos que hablo de
la colocación de Rita Barberá en la comisión permanente del Senado para
mantener a toda costa su aforamiento (peor el remedio que la enfermedad, se va
a prolongar su situación de apestada social y a provocar el endurecimiento del
juicio mediático paralelo). Pongamos que hablo del juicio a los 8 de Airbus, tan
trascendente en estos momentos, tan emblemático, “piedra de toque” lo ha
llamado José Luis López Bulla con una expresión no tan anticuada como él mismo comenta,
porque resalta con claridad la espiral represiva por la que se está precipitando
un gobierno cada vez más solitario, frente a la oposición cada día mejor
trabada y trabajada que le presenta un pueblo que ya no lo quiere ver ni en
pintura.
Fiel a sí mismo,
Rajoy ha cedido al PSOE la iniciativa en el proceso de investidura, para “ganar”
tiempo. Su estrategia no es solo retardataria, sino catastrofista: “cuando
Sánchez se estrelle, aquí estaré yo.” Pero ni Pedro Sánchez se va a estrellar, ni el
partido del gobierno en funciones va a tener una nueva ocasión de plantear su
cansina alternativa de siempre. Ahora ya no dicen “o nosotros o el caos”, sino,
directamente, “¡que viene ETA!”