Sin ánimo de ser
impertinente, muy al contrario, me gustaría poner un contrapunto – es mi oficio
en este blog – al excelente artículo de Luismari González en Nueva Tribuna,
titulado «Combatir la desmemoria».
Coincido por completo
con los postulados expuestos en él: en particular con el orgullo de lo que
hemos levantado, no a partir de la nada, sino desde una larga brega molecular
iniciada en los años de plomo del franquismo desde la defensa incansable y consecuente
del trabajo y de los trabajadores. Comisiones Obreras es historia y es memoria;
una historia y una memoria que algunos intentan desvalorizar a partir de unos postulados
novísimos según los cuales el trabajo tiene una importancia marginal en las
relaciones sociales, y los representantes de los trabajadores organizados en
sindicatos vienen a caer en la categoría ambigua y aborrecible de la “casta”.
Los tres hitos que
llama Luismari a recordar y celebrar, la Asamblea “fundacional” de Barcelona (julio
de 1976), celebrada en una semilegalidad tolerada; el asesinato de los
laboralistas del despacho de Atocha (enero de 1977), botón de muestra de que la
Transición no fue ni un rigodón en las cancillerías ni una bajada de pantalones
por parte de las clases populares; y la legalización oficial del sindicato
(abril de 1977), en un momento en el que prácticamente todo estaba aún por
hacer y nada podía darse por descontado, son jalones de una historia en cierto
modo paralela a la “oficial” y gestada a contracorriente, que ni se ha detenido
desde entonces, ni va a detenerse.
Bienvenidas sean, entonces,
la memoria y la celebración de lo que hemos sido y de lo que somos. Pero no son
la misma cosa, lo uno y lo otro. Yo evitaría declarar de una forma tan rotunda que
«somos lo que fuimos», porque existe todo un trayecto lleno de significado entre
aquellos momentos de hace cuarenta años y los que vivimos ahora. Y la memoria
debe iluminar cada tramo de ese trayecto con la misma luz desapasionada de la
verdad concreta. Lo que somos deriva sin duda de lo que fuimos, pero la mirada
atenta al presente y el futuro, la renovación necesaria, la adaptación urgente
a nuevos condicionantes y nuevos paradigmas, deben ocupar el lugar teórico de un
esencialismo con fecha de caducidad, que propondría unas Comisiones Obreras
siempre iguales a sí mismas.
No creo que haya
sido eso lo que Luismari ha querido decir. Habla de renovación y de imaginación,
de “revisar” no la historia, sino la práctica; se aprecia, con todo, en el tono
general del texto una contundencia mucho mayor en la defensa del patrimonio
acumulado que en su proyección hacia el futuro.
Ni los populismos,
ni los adanismos, ni menos aún las imposturas y las acciones miserables, van a
conseguir nada frente a la fuerza que son capaces de desarrollar los
trabajadores organizados conforme a sus intereses, sus necesidades y sus
reivindicaciones. Se trata, entonces, de debatir fraternal y colectivamente las
mejores opciones posibles hoy para el sindicato de ayer, de mañana y de
siempre.
La conclusión de
todas estas reflexiones vagabundas, y en ella coincido plenamente con Luismari,
es que resulta forzoso innovar, pero solo podremos hacerlo desde la memoria;
nunca, desde la desmemoria.