La nueva
organización de Podemos, diseñada por Pablo Echenique y denominada con el
hashtag #AtarseLosCordones, va a ser un sistema “dinámico y revisable”, según
informa la prensa. Bien. Para quienes nos preguntamos cómo se come eso, la
prensa añade que se revisarán en periodos necesariamente cortos “las facultades
de los cargos y órganos del partido, así como la relación de éstos con los
círculos”. Mal.
¿Qué organización
es esa en la que pueden cambiar de un día para otro las facultades de los
cargos y órganos de un partido? ¿Vamos hacia una dirección de geometría
variable, con una capacidad de decisión hoy amplia y discrecional, mañana
tasada y menguada? ¿Es variable también, en cualquier caso, la relación de los
órganos de dirección con los círculos de base? ¿No está definida de forma
implícita y desde siempre esa relación mediante los conceptos mismos de “base”
y “dirección”?
La organización de
un colectivo cualquiera se reduce siempre en último término a personas. Bien
está que las personas a las que se ha encomendado por la vía del voto interno la
función dirigente del partido puedan ser cuestionadas y sustituidas en todo
momento, cuando la base así lo estime conveniente; mal está que se estiren y se
encojan las funciones y las prerrogativas, y mientras tanto las personas sigan
siendo las mismas, unas adscritas a la dirección, otras a la base.
Es lo que se
sospecha que puede ocurrir cuando el otro Pablo enfatiza que todo el tema de
los pactos de gobierno, el voto en contra o la abstención en la investidura, y
la eventualidad de una repetición de las elecciones generales, van a quedar en
manos de la asamblea soberana. Bien está que se someta a la asamblea una
propuesta clara, definida y pragmática: «esto es lo que se ha hecho hasta ahora,
en esto está comprometida la dirección, esto es lo que se os propone que
hagamos en adelante.» Si la asamblea aprueba la gestión y las perspectivas, lo
que corresponde es tirar millas; si rechaza lo uno, o lo otro, o las dos cosas,
de inmediato la dirección saliente debe resignar sus cargos y dar paso a la elección de un nuevo equipo que tire del carro
en la dirección que la asamblea ha decidido.
Lo que no es de
recibo es que la dirección se ponga delante de la asamblea sin rendir cuentas claras
de lo hecho y sin una propuesta concreta, con la “ultrademocrática” actitud de
decir a los asambleístas: «Esto es un lío. Lo que vosotros decidáis, eso
haremos, y la responsabilidad final por supuesto será vuestra en todos los casos.»
Eso no sería una
dirección, sino un guirigay. Y tampoco sería una organización dinámica y
revisable de nuevo tipo, sino otra cosa alambicada y resbalosa, que a falta de
una definición más precisa me atrevo a llamar “monserga”.